Desde que nos dolarizamos, el año de mayor crecimiento económico fue el 2004. Un gran año, cuando el PIB creció casi 9 por ciento. Eso significa que el país produjo más ese año, más cosas y más servicios, independientemente de los precios.
Ese crecimiento tuvo excelentes efectos sociales. Según el Siise, la pobreza urbana cayó 6 puntos. En otras palabras, 6 de cada cien ecuatorianos residentes en las ciudades dejaron de ser pobres. En ese año, por primera vez desde que hay información confiable, los pobres en las ciudades del Ecuador fueron menos de la tercera parte de la población. Sí, decididamente, fue un buen año.
El excelente crecimiento no se debió al buen precio del petróleo o al inmenso gasto público. En promedio, en el 2004, el barril de petróleo ecuatoriano se exportó a 30,1 dólares (lo cual era bastante comparado con lo que había sido 5 años antes, pero extremadamente bajo comparado con los 98 dólares con los que debería cerrar el promedio del año que acaba de terminar). No, el precio del petróleo no fue la razón del buen año económico del 2004.
Tampoco fue el gasto público. Descontando la inflación, el gasto público creció sólo el 8por ciento. Es interesante ver que el gasto de todo el Gobierno creció un poquito menos que el PIB. Esto significa que el sector público se achicó en relación a la economía. Por lo tanto, tampoco fue el gasto del Gobierno lo que impulsó el crecimiento de ese año.
El crecimiento del 2004 fue el producto de varias reformas implementadas en los años anteriores y del buen manejo económico del momento. En el 2000, junto con la dolarización, se habían aprobado las normas que permitirían la construcción del OCP. Gracias a ese oleoducto pudo crecer la producción del principal producto del país, el petróleo.
El buen manejo económico también facilitó las cosas. Las finanzas públicas tenían un superávit y no existía el fantasma de un Gobierno sin plata que empiece a distorsionar la economía. Los fondos de ahorro estaban empezando a recibir recursos a las que el país podría acceder en el momento de una emergencia y eso tranquilizaba muchísimo a los inversionistas. Adicionalmente, el país llevaba 5 años consecutivos sin reformas importantes a los impuestos, por lo que existía una sensación de que las normas eran estables. Había estabilidad jurídica y la inversión privada es la que impulsó el crecimiento; no había necesidad de un Gobierno gastador.
Para completar el cuadro positivo, la inflación estaba baja y bajando. El 2004 cerró con una inflación anual de 1,9 por ciento y con tendencia a la baja (algo que suele suceder cuando el gasto público está controlado). Y, encima, teníamos una balanza comercial positiva, pues las exportaciones eran 440 millones más altas que las importaciones. Qué tiempos aquellos.