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Juan Goytisolo acaba de recibir, de manos del Rey de España, el máximo galardón que se otorga a un escritor en lengua española: el “Miguel de Cervantes”. En su discurso pronunciado en el acto de entrega del premio, Goytisolo ha dicho: “Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”.Las palabras son de Pessoa y, con ellas, Goytisolo ha querido evocar esa otra España, la heterodoxa y secularmente excluida, aquella con la que él se ha sentido siempre solidario: la árabe y la judía, la de aquellos que vivieron el exilio impuesto por celosos custodios del canon nacionalcatólico.
Goytisolo es un escritor catalán que, desde los años del franquismo, debió sobrellevar un largo destierro en París y Marraquech, ciudad marroquí donde hoy reside. No obstante de ello, él se reconoce un ciudadano de las letras españolas, se sabe de “nacionalidad cervantina”, pues su patria es el idioma, la misma patria de Unamuno y Carlos Fuentes. “Volver a Cervantes –dijo en tal ocasión- y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote”. Y añadió que él está dispuesto a “cervantear”, esto es, a dudar de los dogmas (los de ayer y los de hoy), a disentir con el poder, a invitar al caballero Don Quijote a salir, como antes, lanza en ristre y proteger a los desconsolados de ahora: los desalojados por desahucio, los inmigrantes cuyo delito no es otro que vivir en libertad y buscar una vida mejor.
“La patria no es la tierra, el hombre no es el árbol, ayúdame a vivir sin suelo y sin raíces, móvil, sin otro alimento que tu rica palabra”, se lee en su ‘Reivindicación del Conde don Julián’, libro irónico, psicoanálisis y crítica histórica, más quevedesco que cervantino.
Para esa España imbuida de aquella idea decimonónica y según la cual lo hispano es sinónimo de catolicismo militante, Juan Goytisolo no ha dejado de ser un heterodoxo, un intelectual que marcha tras las huellas de Américo Castro, el historiador que desmitificó la idea de una España Sagrada y forjada por el nacional-catolicismo, esa España que, a partir de los Reyes Católicos, repudió sus raíces semitas, la de los “cristianos viejos” y la “limpieza de sangre”, la de los Austrias, la nación surgida de la unión hipostática entre Iglesia y Estado. Américo Castro, al contrario, destacó lo que no quiso ver Menéndez Pelayo: la España plural, multicultural y mestiza; un país, según él, más oriental que europeo, fraguado en la Edad Media, en el crisol de tres grandes culturas: la cristiana, la árabe y la judía.
Al terminar, Goytisolo dijo: “Muchas son las razones para indignarse. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por Cervantes no nos resignamos a la injusticia”.
Cuando el laureado escritor bajó del podio flotaba en el ambiente una extraña sensación, mezcla de complacencias, resquemores y sorpresas; de sorpresas sí, por aquel inesperado guiño a “Podemos”.