“La dulzura, el estupro,/ la risa, la violencia,/ la sonrisa, la sangre,/ el cadalso, la feria./ Hay un diablo demente persiguiendo/ a cuchillo la luz y las tinieblas” (Rafael Alberti)…
El sueño de la razón produce monstruos. Grabado simbólico de Francisco de Goya (España, 1746-Francia, 1828). Autorretrato. El pintor aparece semidormido en delirante vuelo hacia sus abismos, confinado a sus obsesiones que aletean a su alrededor: guiñapos, muñones, girones, migajas del ser… velados por hilos que sugieren vestigios de rostros espectrales. Un búho solitario canta tormentos y rompe en llanto, pero induce al artista a que persista en su oficio ofreciéndole sus útiles para dibujar.
Una abrumadora bibliografía cubre y custodia vida y obra de Goya. Sin embargo, hay segmentos de las dos que están cautivadas por el misterio. Las puertas del misterio se abren para entrar pero no para salir. ¿Cómo explicar la hermosura ‘clásica’ de sus retratos femeninos y el averno que inauguró con sus Caprichos y Disparates y sus Desastres de la guerra?
¿Dónde están los monstruos míos, será que están durmiendo conmigo?
Dos imágenes del pintor: la de sus detractores –nobleza y clero– aparece como “dotado para la pintura”, estrambótico y brusco, pero ignaro en cuanto a las ideaciones artísticas, culturales y políticas. La verdadera: el artista que cruza la historia como el genio que no solo conoció y combatió el convulso entorno donde vivió, sino que palpó y removió la grandeza y la miseria de la condición humana.
Sus Caprichos son una colección de 80 grabados en los cuales el sarcasmo llega a un punto cimero. Realismo crudo socavando el uso expresivo de la línea –herencia de Alberto Durero– pero fraguado en la insumisión y arrebato de su lidia contra el sistema. Adversario de la Inquisición, fanatismos y supercherías, Goya creyó en una reforma educacional libre y un ordenamiento legal y justo.
En el primer período de sus Caprichos prevalece su crítica desde la razón para escarnecer la doblez de sus contemporáneos, secuestrados por los poderes omnímodos de la Iglesia, prejuicios y puerilidades; en el segundo relega el raciocinio y libera su inconsciente, fundando una serie de personajes desquiciados, lamentables, viciados. Aquelarre fantástico que se mantendrá vigente como las del vaticinador genial del advenimiento del arte moderno que fue Goya.
El aquelarre. Una luz lunar alumbra la escena. Ritual de brujería. El diablo –un macho cabrío exornado por hojas de vid– tutela un grupúsculo de brujas. Una mujer entrega al demonio una criatura recién nacida, mientras una anciana lleva en sus brazos un niño esquelético. Detrás del macho cabrío otra mujer ostenta una varilla de la cual cuelga un racimo de fetos humanos. Al fondo danzan, frenéticas, mujeres de túnicas blancas, alrededor de cuyas cabezas vuelan murciélagos.
Invectiva en contra de nigromancias y hechicerías con las cuales se hostigaba la conciencia de una sociedad saturada de creencias insensatas, Goya fractura la tradición y acarrea los cimientos de un arte innovador.
En su tiempo no fue reconocido en su soberbia magnitud; empezó a ser estudiado fuera de España a mediados del siglo XIX, después de su muerte. Se lo dimensiona como el genio que cambió las artes plásticas desde fines del XX.
El legado de Goya fue cerca de dos mil obras: lienzos, grabados, tintas, dibujos… Esplenden más aquellas que ejecutó bajo el sol abrasador de su oficio que las realizadas por encargo. Goya pintó lo que vio y le susurraron las voces multiformes de los desheredados por Dios y los hombres. Visión que crea. Arte en movimiento. Deformación de sus personajes. Ironía feroz y seductora. Luces hondas y móviles. Lobreguez: risotada que truena por los dislates y melindres que urdimos los humanos a lo largo de la vida.
¿Ambigua la frase que escribió al pie de El sueño de la razón produce monstruos? Goya vislumbró la presencia del oscurantismo. Confiando en la razón, levantó su obra, contrapuesta a las tinieblas que iban a subyugar el mundo. Admonitorio aviso de lo que vendrá. Resistencia a las eviternas diferencias entre quienes lo tienen todo y las legiones de los sin nada. Pero también al ridículo que encarnamos los humanos, conscientes o no, de que este es nuestro peor infortunio: dogmas, fanatismos, soberbias, opulencias…
¿Qué enfermedad asoló su existencia? ¿Apoplejía, sífilis, locura…? Se habló de “enfermedad creadora” para explicar que Goya cruzó los linderos del talento y pasó al firmamento de los genios. “Estoy en pie pero tan malo que la cabeza no sé si está sobre los hombros, sin ganas de ninguna otra cosa que no sea al menos escuchar”, escribió Goya a su amigo Martín Zapater; retumbando en su cabeza sonidos opresores y estridentes, y clausurados sus oídos hasta el fin de sus días