La arenga del exministro todo terreno de la revolución ficticia a los seguidores que quedan con el corazón partido es para llorar… de risa.
Lo primero que se viene a la mente es la comparación. Si en tiempos del ‘amado líder’ algún ‘atrevido’ de los que entonces apenas alzaban la cabeza se hubiese arriesgado a proponer semejantes disparates, enseguida lo hubiesen tildado de ‘vendepatria’, conspirador y hasta golpista.
Hoy, cobijados en el telón de fondo de una nueva atmósfera, aprovechan de su condición de dirigentes políticos para elaborar discursos provocadores que convocan a sus partidarios a luchar en las calles.
Hace pocos años, cuando se inauguró la cárcel de Latacunga, varios miembros del gobierno no hacían sino ponderar sus instalaciones y las condiciones que se habían gestado para que sean respetados los derechos humanos de los PPL ( Personas Privadas de Libertad ,así les gustaba llamar a los presos para no lastimar su dignidad).
Ahora para el exministro, que también pasó en un alto cargo del Gobierno de Lenin Moreno ( ¡prohibido olvidar!), resulta que las condiciones de la cárcel construida por la revolución ciudadana que añora son deplorables y hasta falta agua en ella.
Nadie quiere que los detenidos vivan mal y se estropee su dignidad humana, faltaría más, y por eso mismo cualquier discurso llama la atención por estridente, escandaloso y desafortunado.
Cuando nos acordamos que Jorge Glas celebró su reciente cumpleaños con un conjunto de mariachis en la cárcel 4 y se le dedicaron discursos que le subieron la autoestima, la comparación con las condiciones de vida de otros detenidos salta a la vista. Es importante, eso desde luego, garantizarle íntegramente a Jorge Glas su derecho a la defensa y esperar que responda, si es del caso, y la Fiscalía y los jueces lo consideran, por los otros presuntos delitos conexos que podrían derivarse de la asociación ilícita por la que se le condenó.
Mientras, el derecho a la apelación del reo debe estar plenamente garantizado.
Con la arenga referida en las anteriores líneas se viene a la memoria el maltrato de los escoltas presidenciales al joven del yucazo, la actitud hostil con Jaime Guevara, ‘el cantor de contrabando’, rapsoda popular que siempre ha cuestionado al poder imperante; la persecución a un ciudadano en Machala, y a todo aquel que osaba atentar contra la ‘Majestad’ del Poder. Todo ello sin olvidar a los 10 de Lununcoto, presos por tener libros y estampas del Che Guevara cuando los capitostes del poder cantaban la canción del guerrillero heroico en sus millonarias sabatinas a voz desafinada en cuello. A los estudiantes que cometieron actos vandálicos y fueron reprimidos con dureza, y a los dirigentes indígenas cuyos varios expedientes la Asamblea todavía no se digna tramitar, por la ansiada amnistía.
A Rafael Correa, si llega a volver, le deseo un juicio justo, tanto o más, mucho más que aquellos que ‘su justicia’ en la que metió las manos entabló contra críticos y opositores.