En ‘El padrino’, la novela de Mario Puzo, los primos tontos de una familia antagonista a los Corleone son entregados como “garantía” de que no asesinarán a Michael –el último hijo de don Vito Corleone– durante las negociaciones que habrá entre estas dos facciones en pugna.
Aquella escena ejemplifica a la perfección el “familismo” de las sociedades arcaicas, unas donde las fronteras de la confianza empiezan y terminan con las personas que comparten lazos de sangre solamente.
China, Francia e Italia son sociedades en las que el familismo es todavía un rasgo dominante, asegura Francis Fukuyama en su libro titulado ‘Trust’ (confianza, en inglés). Otras sociedades, como la estadounidense o la japonesa, son más proclives a abandonar los confines de la comunidad familiar para forjar relaciones sociales con extraños. ¿Por qué?
Porque son países donde la amistad y los negocios crecen a la sombra de instituciones respetadas por todos, explica Fukuyama. Esa confianza explícita y palpable en aquellas reglas escritas y no escritas fortalece el tejido social de aquellos países permitiendo, por ejemplo, que se construyan conglomerados económicos y culturales compuestos por millones de hombres y mujeres de distintos credos, razas, edades, oficios y profesiones.
La transparencia y el igualitarianismo son otros beneficios que reciben las sociedades que se organizan a partir de instituciones. Para que un tejido social tan diverso se mantenga intacto se requiere que todos sean medidos con la misma vara, concluye Fukuyama.
Pero el libro de Fukuyama se queda corto al explicar por qué aquellas reglas escritas y no escritas crean confianza. Cuba y Corea del Norte tienen, por ejemplo, instituciones fuertes que rigen de principio a fin toda la vida de sus miembros. Pero esas reglas explícitas y tácitas no ha promovido confianza ni prosperidad entre sus habitantes. Más bien, todos ellos buscan salir a como dé lugar de esos países, precisamente porque desconfían de las instituciones que les gobiernan.
Para que las instituciones y las reglas escritas y no escritas construyan confianza deben ser justas e imparciales. La justicia entendida como imparcialidad –concebida así por el filósofo de Harvard John Rawls– es el requisito esencial para que una institución o regla institucional sea aceptada voluntariamente por todos los miembros de una sociedad.
La principal tarea que deberá emprender el nuevo Gobierno es construir confianza. Para ello no será suficiente esgrimir una retórica que defienda los valores democráticos o el Estado de derecho. Será necesario reconstruir el marco institucional ecuatoriano –que ha sido devastado por el correísmo– sobre verdaderas bases de justicia imparcial.
Solo así evitaremos convertirnos en esa sociedad tribal, desconfiada y sanguinaria que retrató Puzo en su mejor novela.
@GFMABest