Para aquellos que leemos los diarios todos los días y estamos al tanto de las novedades en materia política y económica, a veces nos puede resultar extraño conversar con quienes no están para nada enterados de lo que sucede.
Y es que vivimos en los famosos “microclimas”. Esto es, una serie de opiniones, percepciones e intuiciones que por lo general muy poco tienen que ver con el conocimiento científico de la realidad social. En este sentido, están aquellos que ante la realidad, se posicionan como “apolíticos”, tratando de esta forma de patentizar una supuesta distancia respecto a la “política”, lo que de base supone un error, ya que la esencia misma de nuestra existencia está atravesada por política.
Esta confusión con el término “apartidario” es muy común, y requiere de algunas consideraciones sobre la responsabilidad de la política en esta cuestión. Puede decirse que el hecho de que alguien se pronuncie como “apolítico”, puede considerarse producto de una falla de comunicación. Así como la economía habla de fallas de mercado (fallas inintencionadas que se producen en economías capitalistas, tales como los monopolios), la política también tiene sus propias fallas y, en este sentido, la comunicación no solo es parte del problema sino que se ofrece como solución. La política debe poder reinventarse, y la comunicación es su mejor herramienta.
Tras procesos democráticos que dejaron tras de sí un profundo sentimiento de defraudación en la sociedad, la política sigue concentrando sus energías en la polarización que muchas veces trae aparejado un tono polémico y divisionista. El efecto residual de todo esto es que hay una porción de la sociedad que le escapa a todo lo que tenga la etiqueta de “político”. El desinterés no solo lo provoca la política, sino también el ecosistema cultural y económico en el que ésta se practica. Y ello, en gran medida, se debe a que la política opone estructuras colectivas a un individualismo que por momentos parece reinar.
La política termina asociada a una única posibilidad de expresión: el conflicto. Y en realidad, esta faz “agonal” es solo una cara de la moneda: la política también es encuentro, solución, comunión y diálogo. La novel disciplina de la comunicación política, cada vez más profesionalizada, es una forma de apostar a construir mejores puentes para que los “apolíticos” se reconecten –y por qué no, se re enamoren- de aquello de lo que hoy quieren alejarse. En definitiva, el contrato de representación que los ciudadanos establecemos con los dirigentes les confiere responsabilidades y obligaciones, y su trabajo también consiste en comunicar de la manera más efectiva y clara posible, qué modelo de país/sociedad/ciudad se busca, y no perderse en estrategias que solo redunden en obsoletos e inconducentes pleitos que nada tienen que ver con el bienestar colectivo.