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La gran diferencia entre la revuelta del 30S de 2010 y los desafueros populares que vivió el Ecuador en octubre de 2019 está en que la primera fue una espontánea protesta policial contra una ley salarial y lo segundo fue una sedición preparada por un grupo político afín a Rafael Correa que aprovechó el descontento colectivo causado por el aumento del precio de los combustibles para provocar un alzamiento popular, creando así un clima de sublevación y violencia desenfrenada contra el gobierno del presidente Lenín Moreno.
En el 30S nunca hubo la intención de dar un golpe de Estado; en cambio, por las pruebas que ha aportado la Fiscalía, el afán golpista del correísmo inmiscuido en los acontecimientos de octubre fue evidente.
La revuelta policial del 30S bien pudo evitarse si se la hubiese tratado con diplomacia y buen tino. Mas, nada de ello hubo jamás en el atrabiliario gobierno correísta. Correa irrumpió allí, desafiante y gritón como siempre, y apoyado en sus muletas de lisiado transitorio, se desabrochó la camisa, mostró el pecho lampiño y alentó a la enardecida turba policial a que lo disparara. Allí se montó el drama y la tragedia sobrevino. Allí, el gran espectáculo del hombre fuerte, del troglodita que blande el garrote y para quien ni razones ni diálogos existen. No hablaba un presidente de la República, hablaba un bravucón de barrio prevalido de su poder.
Todo se desbordó entonces. Correa y sus patiños (tan serviciales, consecuentes y versátiles siempre, tan alfombras) inventaron, en ese momento, al enemigo que necesitaban para apuntalar su estilo de gobierno autoritario y despótico, sostener la mentira del golpe de Estado, justificar la grosera injerencia en la justicia y llevar adelante una persecución implacable a supuestos golpistas que, en el caso del 30S, nunca existieron. Y el enemigo que inventaron tenía un rostro concreto: era la oposición que los criticaba, los indios inconformes siempre, los empresarios que se negaban a pagar las coimas que un farsante “gobierno de las manos limpias” exigía, y sobre todo la prensa libre que no se callaba, que defendía la libre expresión a pesar de los juicios penales y las multas millonarias que encima le caían.
El verdadero golpista es Correa Delgado quien, desde su buhardilla de Brujas, tramó la asonada y los desmanes ocurridos en Quito en octubre 2019. Activo y embozado salió de su escondrijo un rezago del correísmo para provocar el caos y la caída del gobierno. No lo lograron. Los cabecillas del golpismo actuaron a la sombra, no se atrevieron a dar la cara, no marcharon al frente de la turba delincuencial que contrataron; al rebaño de chacales los controlaban a través de celulares. El pueblo los conoce y la justicia independiente debe actuar con dureza. Es hora de defender lo poco que nos queda de democracia.