Golpear a la mujer
Celebramos el Día Internacional por la No Violencia Contra la Mujer, con la esperanza de superar o, al menos, disminuir al máximo la costumbre de algunos hombres de golpear a su mujer.
En grado patológico, el dominio total sobre la mujer entra en el capítulo de los paranoicos, quienes desean dominar y engrandecerse porque se sienten dominados y pequeños. Sin llegar a ese extremo, la tradición, la educación y el ejemplo han dado lugar al “machismo” que, por lo general, se expresa en sentimientos de posesión y dominio sobre la mujer, y lo ejercen utilizando, en ocasiones, métodos hasta inhumanos, como privar a la esposa y a los hijos de suministro económico hasta que se rinda y continúe sufriendo los excesos.
La experiencia profesional nos lleva a creer que varón que golpea a su mujer, en el fondo es cobarde. Una receta “casera” ha consistido en que la joven esposa agredida físicamente, busque el auxilio de un hermano quien, con el solo hecho de enfrentarlo y advertirle que, de continuar, le castigará duramente, consigue que el joven marido golpeador cambie de conducta. Y cuando no hay hermano salvador y la mujer está sola, la receta casera ha consistido en aconsejarle que porte un arma, y en el momento en que el esposo se apreste a ultrajarla, lo amenace indicándole que si le agrede la hundirá en el estómago. No hace falta que lo haga, ni que lo hiera, pero el golpeador cambia su conducta.
El capítulo de los celos es diferente, pues si el individuo llega al estado de delirio, es urgente que la familia rescate a la mujer, ya que el asunto puede terminar en muerte de la esposa; o viceversa.
La agresión puede ser física, pero también moral: insultos, desprecio, indiferencia, grosería, golpean a la mujer en su espíritu tanto como si recibiera puñetazos en el cuerpo.
También es diferente el problema cuando el agresor asocia la crueldad y la violencia con sexualidad. Hay mujeres que soportan el maltrato y pueden caer en sadismo que consiste en “amar a una persona que da odio y maltratos”. Sufre, pero vuelve donde el agresor; una y otra vez.
No es de hoy, lo ha sido desde siempre, con manifestaciones terribles como las prácticas de los malvados emperadores romanos Nerón y Tiberio; o de Valeria Mesalina y Catalina de Medici, con sus prácticas crueles; o los azotes que hacía propinar a las damas de su Corte.
El machismo, condenable y merecedor de control y sanciones, no llega a esos extremos pero si no se lo impide puede llegar a peligrosos resultados.
Es oportuno recordar a las madres de familia sobre el trato desigual que dan a sus hijos: a las niñas, que realicen trabajos de la casa; a los varones, no. Así, el hermano varón se acostumbra a impartir órdenes a sus hermanas, y si, además, ve que el padre maltrata a la madre, sigue el mal ejemplo y el problema se perpetúa.