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Loscuatro goles que alcanzó la Selección en los dos últimos partidos, como es lógico y normal en un país futbolizado, causaron gran algarabía y prolongados festejos durante esos días en los que dejamos de lado, al menos por un momento, la larga lista de problemas que nos aquejan.
Es indiscutible que el fútbol constituye un fenómeno que trasciende el ámbito deportivo e influye de forma directa y determinante en los aspectos sociales, políticos y económicos de un país. El eco generado por la histórica victoria contra Argentina en Buenos Aires y el laborioso triunfo ante Bolivia en Quito todavía nos tienen hablando de jugadas, fallos, opciones, estrategias, venturas y desventuras de ambos juegos.
En las primeras fechas el resultado fue óptimo: el equipo ganó, gritamos cuatro goles, no nos marcaron ninguno, estamos en la cima de la tabla de posiciones y nos embargan la felicidad y el optimismo. Todo esto está muy bien; pero me pregunto, ¿qué sucede al interior de la Federación Ecuatoriana de Fútbol? ¿En aquel organismo se viven los triunfos con la misma alegría de la fanaticada o, quizá, hay allí más cautela o incluso cierta preocupación por la crítica situación económica de los clubes nacionales, por los futbolistas impagos o por las espantosas acusaciones de corrupción contra dirigentes de FIFA, Conmebol y otras empresas vinculadas al fútbol?
Las respuestas no las conoceremos mientras se mantenga este largo, larguísimo silencio en que ha caído la FEF desde hace tiempo. Y es que los goles nos alborotan a todos, incluso a los dirigentes del organismo rector, supongo, pero mientras tanto, hay varios clubes profesionales de primera división que se hunden en el pozo de las deudas y, sobre todo, hay demasiadas personas que viven del fútbol, cuya situación es lamentable.
Claro que en las gradas del estadio nada importa, allí solo hay cabida para la pasión, para el derroche de emociones alentadas por abundantes y cálidas bebidas espirituosas que atenúan el frío capitalino. Nada importa, ni las cuentas pendientes que se apilan en los escritorios vacíos de los dirigentes, ni los equipos que pierden puntos en la mesa, ni siquiera aquellos jugadores que en esta ocasión no fueron convocados y que a la misma hora en que la Selección luchaba en la cancha, ellos, sus compañeros y colegas, se jugaban su propio partido contra el hambre, los acreedores y los problemas familiares por la falta de pago de sus salarios.
Lo único que estos días importaba de verdad era el fútbol y su resultado final. Ya se dio, ya lo conseguimos, ya estamos satisfechos. Ahora debemos volver a la realidad, a los problemas económicos, a las noticias diarias de un nuevo dirigente sudamericano que deberá mirar los próximos partidos detrás de las rejas, a la persecución de algunos empresarios millonarios que, con seguridad, festejarán mañana los goles de sus equipos a buen recaudo en sus madrigueras.
Pero por acá, al parecer, volvimos al silencio.