Comentaba en mi artículo anterior que en países latinoamericanos con gobiernos de izquierda (Chile, Colombia) los eventuales intentos de extremar la tendencia tienen pocas posibilidades de seguir adelante. Como se ha comentado ampliamente, el mejor ejemplo de esta realidad es el rechazo que sufrió en Chile el proyecto de nueva constitución, que había sido elaborada bajo la inspiración, más o menos próxima, de aquellas constituciones que surgieron al calor de las llamadas revoluciones del siglo XXI.
Pero no debemos perder de vista que esto fue posible porque en Chile hay partidos políticos, hay una sólida cultura institucional, un respeto a la tradición histórica. En definitiva una sociedad que se convierte en una barrera frente a propósitos extremistas.
Esta reflexión me lleva a preguntarme si el Ecuador está preparado para afrontar en un futuro, tal vez no muy lejano, cualquier intento de encarrilarle nuevamente en la tendencia, que ya predominó en nuestro país, y cuyos frutos perversos continúan alterando gravemente la marcha de la democracia.
Ante tal pregunta, la respuesta ahora mismo es que, lamentablemente, el Ecuador no está preparado para afrontar y superar tales amenazas contra el sistema democrático. El panorama es incierto y peligroso.
El trabajo demoledor de los años pasados ha provocado el colapso de los partidos políticos, la crisis global de las instituciones, la manipulación de las leyes, la politización de la justicia al más bajo nivel, la desmemoria generalizada. Y si a ello se agregan la inseguridad y el desempleo, el resultado es la pérdida de fe en la democracia y en los principios que la sustentan. Todo lo cual hace del país una presa fácil para quienes intenten revivir ese oprobioso pasado.
La situación es grave, pero parecería que no advertimos los riesgos de un retroceso del cual, me temo, nosabríamos cómo salir.