Una de las características notables que trae consigo este cambio de paradigmas que vivimos, es la posibilidad de hacer cosas juntas y buscar que la cooperación sea el signo de los nuevos tiempos incluso para la política y los gobiernos.
El acceso a la tecnología y muy especialmente a los llamados teléfonos inteligentes e Internet obligan a entender las cosas en tiempos reales y con participación colectivas basada en conceptos absolutamente nuevos.
El ciudadano es básicamente un articulador que genera y difunde información o energía con la cual accede a un nivel de poder que no contenta en los partidos políticos o en las tribus sociales conocidas.
Hoy hay que abrir los compartimentos del poder al pueblo para que este tome decisiones, agregue elementos nuevos y se comprometa con el poder para hacer del mismo previsible y cierto. El mundo de las certezas absolutas, que encarnaban nuestros líderes o dictadores, es una historia del pasado.
Esta tercera revolución en los últimos 500 años nos hace mirar lo colectivo más desde lo individual y requiere que abramos las estructuras del Estado para incrementar niveles de confianza que lleven a generar respuestas cada vez más rápidas a Estados más lentos y torpes. La gobernabilidad hoy se hace entre todos, para todos y con todos.
La riqueza generada en la labor solidaria permite el crecimiento social desde una perspectiva nunca antes conocida. No es casualidad que el creador de Facebook, alguien con menos de 30 años, tenga hoy una empresa que cotiza en bolsa un valor superior al PIB de varios países latinoamericanos juntos.
Su invento es compartir socialmente información privada que luego tiene incluso utilidad para los servicios secretos de varios países del mundo.
Hay que entender que la tecnología cambió la ecuación del poder, como lo hizo la imprenta de Gutenberg y sus copias de la Biblia con las que no solo acabó con los “intermediarios” de Dios sino que, además, tuvo un tremendo impacto cultural, económico y político.
Hoy estamos ante una circunstancia similar a la que debemos atender desde una perspectiva más amplia que la simple cuestión tecnológica.
Vivimos un cambio de era, no una era de cambios de cómo algunos pretenden presentarlos.
En este proceso el poder político suele ser el último en acusar recibo del calado de estos cambios y generalmente su torpeza tiene un altísimo costo en el desarrollo de sus pueblos. La ciudadanía es el poder y esa no es solo una frase proselitista de ocasión.
Es también un tiempo de oportunidades no de amenazas. Es un tiempo de colaboración y de respeto. Los que lo entiendan sobrevivirán el resto no se habrá enterado jamás de los cambios que estamos viviendo.