La imagen del presidente Rafael Correa acompañado por Jorge Glas y Lenin Moreno en el Palacio de Carondelet, la semana pasada, lejos de transmitir certezas, despierta dudas sobre el futuro de su movimiento político.
¿Una incógnita? La definición de la candidatura de Alianza País a la Presidencia. El movimiento oficialista, está claro, aún no tiene un candidato que pueda suceder a Correa en Carondelet.
Con la coyuntura del terremoto, el Gobierno retomó el control de la agenda política, que se le había ido de las manos por todos los apremios económicos desde el año pasado. Aunque el liderazgo fuerte de Correa nuevamente fue un factor gravitante, también desnudó una de las principales carencias del proyecto político de Alianza País. Su dependencia extrema de su líder, convertido en un caudillo irremplazable, sin nuevos cuadros que lo puedan relevar.
Ese es el gran fracaso de País, que está fragmentado y no encuentra una figura que aglutine a su militancia tan disímil y variopinta.
Así, este aniversario de nueve años en el poder se cumple con un libreto repetido: toda la estructura de esta organización política gira alrededor de un solo eje sin posibilidades ciertas de renovación.
Ni Moreno ni Glas tienen la fuerza suficiente para cohesionar al movimiento. La forma en que surgió esta agrupación en el 2006, con un proyecto político de izquierda, se ha ido decantando hacia un pragmatismo encadenado a las necesidades económicas. En esa línea está Glas, quien sin embargo proyecta un débil liderazgo, opacado por la sombra de Correa. A Moreno se lo ha identificado con la atención a las personas con discapacidad y con los grupos más ideologizados de izquierda en AP. Por eso genera desconfianza en algunos sectores del oficialismo.
Pero ninguno es aún una carta sólida, acorde a las necesidades de País. En este contexto, no llama la atención que una facción de sus militantes busque que Correa se reelija. Y en política todo es posible, incluso tostar granizo.