El presidente Guillermo Lasso y los líderes de la Conaie han señalado los temas que quieren analizar en el diálogo que intentarán la próxima semana. Cuando se concibe el diálogo como confrontación, es lógico que se planteen los temas que cada bando cree que son los más difíciles para el otro. Los líderes de la Conaie han señalado solo temas en los que ven imposible una negociación como la congelación de precios para los combustibles y un ramillete de negaciones: no a la minería, no al acuerdo con el FMI, no a la venta de empresas públicas, etc. Irán simplemente a establecer el territorio de oposición al gobierno.
Carondelet ha marcado también su territorio al advertir que el diálogo debe ser sobre la agenda de quien ganó las elecciones. El Presidente necesitaría una habilidad extraordinaria para sacarles de su metro cuadrado ideológico a los revoltosos dirigentes para que encuentren algún punto intermedio desde el cual puedan buscar un acuerdo, por incipiente que sea, para que no concluya con una puerta cerrada y un cartel que diga: los diálogos continuarán.
No se conoce cuántos ni quiénes participarán en el diálogo, además de Guillermo Lasso y Leonidas Iza. Si son uno o dos de cada lado, cabe alguna esperanza; si son más de cuatro por cada lado, será muy difícil. Con discursos de repaso de la cartilla ideológica, no se moverán un milímetro de sus posiciones. Un encuentro casi personal entre el Presidente y el líder de la organización indígena podría ser muy fecundo, aunque solo se consiguiera que se conozcan, que se analicen, que confirmen o diluyan sus prejuicios, que se miren como dos líderes y no como dos estereotipos parlantes.
Si son dos personas ordinarias que salen con las mismas ideas y los mismos prejuicios con los que entraron, el diálogo será inútil; pero si llegaran a “encontrarse” y descubrirse personalmente, sería fascinante. Si cambiaran ellos mismos y cambiaran al otro, nos harían creer que pueden también cambiar nuestro mundo.
Si acudiera Iza con la curiosidad de saber si Lasso pretende transformar este país o solo está interesado en gobernar, si está fascinado con la popularidad o está dispuesto a prescindir de ella; le conocería porque eso dice mucho de un líder. Henry Kissinger aseguraba: “No he pedido la popularidad, no la busco. Incluso, no me importa nada. No me da ni pizca de miedo el perder a mi público; puedo permitirme decir lo que pienso. Si avanzase impulsado por una técnica calculada, no haría nada”.
Si Lasso tuviera la curiosidad por saber si el líder de los indígenases capaz de reír, de hablar de los niños, de ofrecer ayuda a un necesitado. O se muestra tenso, inescrutable como un Rumiñahui (rostro de piedra), inválido sin las muletas de la doctrina y los eslóganes. Si el Presidente quisiera y pudiera descifrar si está con un revoltoso o un soñador, un inspirador o un guiñol, el diálogo habría dado resultados.