La campaña ‘All You Need Is Ecuador’ resume con precisión cómo el Gobierno decide las políticas públicas. Su prioridad no es resolver los problemas del país, sino transmitir la idea de que lo hace. La campaña en cuestión no atiende los factores de fondo que fomentan el turismo -como la seguridad, la facilidad para transportarse dentro del país o la cantidad de ciudadanos que habla inglés-, pero infla el orgullo nacional y crea la ilusión de que el Régimen se ha ocupado del tema, como ha ocurrido en otras importantes áreas de la gestión pública.
En materia de educación, salud, transporte y justicia, el Gobierno ha realizado obras monumentales. Opulentos colegios, hospitales, aeropuertos y juzgados sin duda aportan al desarrollo de estos sectores, pero no son, ni de lejos, la solución a sus principales problemas. Ni el aeropuerto de Santa Rosa crea, de por sí, más tránsito y comercio, ni los pizarrones electrónicos se traducen súbitamente en aprendizaje, ni un lujoso juzgado significa imparcialidad. Sin embargo, este despilfarro de hormigón sirve de maravilla para difundir la idea de que la Administración ha suplido carencias históricas.
El otro camino que el Gobierno ha tomado para alimentar la ilusión de que resuelve los problemas acuciantes del país es la expedición de normas. Deficiencias en los ámbitos de la producción, la seguridad vial, los derechos humanos, la protección de la naturaleza, entre otros, se han pretendido corregir con nueva legislación. Por medio de la expedición del Código de la Producción, la Ley de Transporte Terrestre, y todo el lirismo constitucional sobre participación y derechos -humanos y de la naturaleza-, el Gobierno creó la fantasía de que estos problemas ya fueron solventados, aunque la estructura productiva siga igual a la de hace 10 años, los límites de velocidad no se respeten y derechos proclamados en la Constitución hayan durado en la práctica los 300 años más rápidos de la historia.
Por supuesto que el desarrollo del país requiere de nuevas obras públicas y de legislación actualizada. Pero una cosa es construir infraestructura o expedir normas con el fin de resolver los problemas nacionales y otra es hacerlo por la imagen. Si el Gobierno se preocupara más por la solución que por la apariencia, las obras serían buenas pero no lujosas; así le quedarían recursos para enfrentar los desafíos de manera integral, pero -claro- no impresionaría a nadie. Si genuinamente buscara derribar las trabas actuales, en lugar de imponer leyes restrictivas o utópicas -las cuales ilusionan más que Papá Noel, pero resultan inaplicables-, las elaboraría dialogando con los sectores implicados.
Y desde luego que la atracción del turismo requiere de promoción. Pero si al Régimen realmente le desvelara el tema, por lo menos habría inaugurado a tiempo la vía a Tababela, sólo que ni es tan fácil de hacerla ni ilusiona tanto como una buena propaganda.