¿Cómo entender las últimas acciones emprendidas por el Gobierno en el campo internacional, cuando hace pocas semanas había hechizado a un grupo de empresarios quienes admiraron la tarea realizada en Alemania encaminadas a buscar un acuerdo con la UE y soñaron con que el Régimen finalmente habría arribado a esa suerte de oasis de pragmatismo que le iba a permitir en conjunto enfrentar la lista de tareas pendientes con el sector privado? ¿Cómo comprender que, sin desfachatez alguna, al tiempo que el Gobierno había terminado de pasar una punitiva e hiperbólica Ley de Comunicación firmada con pompa durante un enlace sabatino, el Canciller hablara del Ecuador como país que se caracteriza por el respeto a los derechos humanos y el estricto apego a los tratados internacionales, cuando son precisamente éstos los que la ley en vigencia vulnera? ¿Cómo asimilar que mientras la Ley de Comunicación aprobada pretende dar una suerte de lección de moral y “buenas costumbres” a los medios privados quienes deberán operar en un espacio asfixiante de restricciones y regulación, durante el enlace sabatino, el Presidente -como líder máximo de este país revolucionado- no haya decidido retrotraer su beligerante lenguaje, y dar una pequeña dosis de pedagogía democrática y haya insistido en su usanza tradicional de pescar la cabeza de turco de cada sábado y machacarla como en el circo romano, para generar ovaciones entre los invitados al banquete semanal? ¿Cómo explicar que mientras el Gobierno había defendido a rompe cincha la explotación minera en manos privadas, y se había jugado su capital político tildando al resto de “ecologistas infantiles” y otras hierbas, termine diciendo a la compañía canadiense “que le vaya bonito”, cuando proactivamente se encontraba en una etapa de atracción de inversiones necesarias para el mentado cambio de la matriz productiva y con eso con certeza enviaba un mensaje ambiguo e incierto al resto del mundo acerca de la poca posibilidad de que en este país se concreten grandes proyectos ejecutados por empresas privadas internacionales? ¿Alguien logra descifrar cómo un Gobierno anuncia que iniciará diálogos bilaterales con los EE.UU. -o al menos así lo hizo la Embajadora- y luego decida dispararse en los pies metiéndose en el rollo planetario más hollywoodesco y complicado del momento al ofrecer asilo a Edward Snowden? Mi hipótesis -que no es nada más que eso en estas épocas de no afirmar nada categóricamente- es que el Gobierno sufre de una suerte de bipolaridad. Mientras admite volverse pragmático en lo económico, es más fuerte e incontrolable su impulso de revancha política y de reivindicación soberana, por lo que vuelve a su constante delirio de David que lucha contra el Goliat del día.