¿Gobierna el pueblo o gobiernan las élites? La pregunta parece, a primera vista, ociosa porque democracia es el gobierno del pueblo y es el pueblo quien elige a los gobernantes. Pero una segunda mirada nos hace ver que no es el pueblo quien pone candidatos sino las élites. Esto delata lo absurdo de culpar al pueblo por elegir malos gobiernos.
Si debemos culpar a las élites por los malos candidatos y, en consecuencia, los malos gobernantes, la siguiente pregunta es: ¿Por qué las élites no tienen buenos candidatos? La respuesta: las élites están en crisis y la transmiten a toda la sociedad como una pandemia cuyo origen y remedio no se ha descifrado.
Siempre habrá gobernantes y gobernados y siempre será la élite la que gobierna. Los gobernados pueden ejercer presión en la élite gobernante pero no sustituirla. La élite, sin embargo, puede tornarse inútil, incapaz de resolver los problemas de los gobernados, y así perder poder. A lo largo de la historia gobernaron las élites militares, religiosas, administrativas, políticas, económicas; todas se tornaron incapaces de resolver los problemas, se volvieron obsoletas. Los gobernados percibieron su inutilidad y les quitaron el poder, privándoles del respeto y del temor.
La crisis de la democracia actual se describe como la prolongación artificiosa de instituciones y gobernantes incapaces de resolver los problemas de los gobernados y declarada su inutilidad, en lugar de ser temidos son odiados, en lugar de ser respetados, despreciados. Si esa élite ha perdido el poder, cabe preguntarse ¿quién gobierna? Desde hace tiempo se dice que no son los políticos quienes gobiernan sino una comunidad financiera internacional que les impone condiciones y les permitir participar con eficacia en el mercado: rebajas fiscales, reformas laborales, nuevo orden jurídico. Cuando los gobernados perciben que el poder ya no está en la élite, dudan de la democracia y las elecciones.
Una nueva fuente de riqueza y de poder es la tecnología. Los gigantescos conglomerados tecnológicos, sin embargo, parecerían interesados en la riqueza solamente, y la riqueza sin poder es inútil, según Hanna Arendt: “Solamente la riqueza sin poder y el orgullo sin voluntad política son considerados parasitarios, superfluos y desafiantes; desafían a los resentimientos porque crean unas condiciones en las que ya no se pueden desarrollar las relaciones entre las personas”.
Al acercarse el proceso electoral, se hace evidente la indiferencia ciudadana respecto del gobierno, los partidos, los candidatos, las instituciones. Los electores han perdido el respeto a los gobernantes porque los ven incapaces de resolver los problemas y han perdido la confianza en las instituciones porque advierte que no tienen poder. Saben los electores, más que los candidatos, que poder es la capacidad de ofrecer soluciones.