Es un gran gesto ofrecer disculpas cuando uno se equivoca, pero este ejercicio de madurez y de sensatez puede resultar inoficioso en el caso de un presidente. No solo porque lo dicho ya está dicho y puede tomarse legítimamente como el reflejo de las convicciones de su autor, sino porque evidencia sus prioridades.
La palabra de un mandatario, incluso en tiempos de espectáculo político a escala mundial, tiene peso, sobre todo cuando sentimos las consecuencias de que el Ecuador haya estado a voluntad de un presidente que convirtió sus convicciones personales en políticas de Estado, a través de funcionarios dispuestos a ir más allá de sus ocurrencias.
En este momento -y desde hace largo rato-, el país no parece estar dispuesto a escuchar disquisiciones que no apunten a solucionar los problemas pendientes. Hay urgencias. Si bien el flagelo del narcotráfico no estaba en la agenda de ningún candidato presidencial (y la verdad sigue sin estarlo), es preciso pasar del diagnóstico a las acciones concretas.
Ya habrá tiempo para discutir sobre los necesarios cambios de enfoque para enfrentar globalmente el problema de las drogas (incluida su posible legalización), pero ahora es muy importante recuperar la soberanía, y sobre todo asegurarle a la población condiciones económicas y sociales mínimas en las zonas donde el crimen y la violencia imponen las reglas de la vida cotidiana.
Los cambios en el manejo de la seguridad externa e interna traen la esperanza de salir del marasmo en el que cayeron los anteriores responsables frente a una serie de hechos que simplemente los desbordaron. Pero se necesitan recursos, y no solo para garantizar la presencia de una fuerza pública bien equipada sino para empezar a cumplir con la propuesta de desarrollo en las zonas abandonadas por autoridades ciegas o cómplices.
Es exasperante el tiempo que se toma el Gobierno para enviar a la Asamblea las leyes de su plan de reactivación económica. Si no hay una maniobra al estilo del 1 de mayo para ganar tiempo, el 24 de este mes el presidente Moreno deberá hacer su primera rendición de cuentas. Se entienden las prioridades políticas originadas de la necesidad de distanciarse del gobierno anterior. Y se puede entender la sorpresa frente a la ‘mesa servida’ y la permisividad en la frontera norte.
Pero precisamente por eso, debiera haber más claridad en la conducción de la economía. La ministra Viteri no ha marcado una gran diferencia con sus predecesores en cuanto al enfoque fiscalista, y además ha decidido ignorar las conclusiones a las que llegó la Contraloría sobre el techo de la deuda.
El Presidente debiera dedicarse, por ejemplo, a explicar los vacíos entre sus optimistas anuncios económicos y el modo en que se están implementando. Y así no tendría que ofrecer disculpas a nadie.