Gobernar por decreto siempre ha sido una tentación grande para todo político. No solo porque evita el bloqueo previsible de la oposición sino porque envía un mensaje fuerte a los votantes: “Yo sí voy a cambiar las cosas”.
El problema de ejercer unilateralmente el poder es que más temprano que tarde produce una crisis de representación política: como el Presidente de turno gobierna al margen de la oposición, gran parte de los intereses de muchos sectores son ignorados.
Se pasan leyes mal consensuadas y, por tanto, técnicamente inconvenientes porque afectan excesivamente a ciertos sectores y favorecen demasiado a otros (los que están con el Presidente).
Como resultado, se producen graves distorsiones económicas y polarización social: los grupos beneficiados aplauden a rabiar el estilo unilateral del Presidente y los afectados simplemente lo detestan.
Cuando finalmente se alterne el poder, los sectores inicialmente perjudicados exigirán correctivos inmediatos y el nuevo gobernante también estará tentado a gobernar por decreto, a fin de obtener los resultados urgentes que se le piden.
De esta forma, el sistema político termina siendo rehén de los intereses puntuales de ciertas facciones y abandona su propósito original: construir consensos estables, que permitan a una sociedad encontrar la senda del progreso en un ambiente de paz y justicia.
¿Por qué dejamos que ocurra esto? Porque no entendemos que los políticos desean el poder y la gloria. Unos serán refinados y afables; otros tendrán un talante más áspero y desaprensivo. Algunos usarán un lenguaje culto y sofisticado, mientras otros preferirán las expresiones montaraces. Pero detrás de aquellos ropajes variopintos siempre hallaremos al mismo personaje: a quien busca ganarse el reconocimiento de todos por el liderazgo que ejerce.
Es por eso que Barack Obama ha amenazado ahora con gobernar bajo decreto. Los ciudadanos quieren resultados tangibles e inmediatos y, en un sistema presidencialista como el estadounidense, echarán la culpa a una sola persona, si las cosas van mal: al jefe del Ejecutivo. Aquello es inaceptable para un político que, como cualquier otro, busca el reconocimiento de su electorado.
Acá vivimos un fenómeno similar: el Gobierno ha ejercido el poder al margen de la oposición y ha cosechado réditos electorales por ello. Pero se ha abusado tanto de esta estrategia que ahora el sistema político ya no representa los intereses ni las aspiraciones de toda la sociedad ecuatoriana.
El último síntoma visible de esta crisis de representación la dieron los médicos, con su protesta. Hábilmente, el Gobierno decidió transar esta vez. ¿Haría lo mismo si más sectores afectados salieran a las calles?