Columnista invitado
No dejaré de enorgullecerme mientras recuerde lo que mi padre significó en mi vida, como tampoco las lecciones que dejó para generaciones de deportistas y para mucha gente que lo conoció, lo vio defender los equipos de fútbol donde jugó y la imagen que dejó cuando vistió la tricolor nacional, tanto en Ecuador como en otros países. Con apenas 9 años perdió a su padre, mi abuelo, edad en la que empezó su búsqueda por apoyar a su familia, pues siendo el mayor de los hijos varones debía buscar las formas de apoyo, encontrando en el deporte su mayor espacio de oportunidades. Se vinculó a la primera división del fútbol de Quito a los 16 años, pues no había fútbol profesional en el país allá por 1941 siendo seleccionado del Colegio Mejía, iniciándose en el equipo Gladiador, luego en el Aucas y posteriormente vistiendo la selección del Ecuador; fue contratado en el exterior en equipos de Colombia y Venezuela. Campeón intercolegial de salto de garrocha, subcampeón de Quito en tenis de mesa, corredor de 100 metros planos, impuso en esa época menos de 11 segundos en la prueba atlética. Un verdadero superdotado para el deporte. En su vida post deportiva, como broker de seguros se distinguió en compañías como Pan American Life en Ecuador y Venezuela y en La Seguridad y La Previsora de ese país, alcanzando en varias oportunidades el sitial de mejor productor de seguros de vida de la región.
Sin embargo, su mayor legado fueron las enseñanzas para su familia, para sus hijos Mauricio, Fernando y Gonzalo. Un caballero en la cancha, un hombre de lucha y de convicciones. No lo recuerdo nunca quejarse de nada. Su actitud de optimismo le permitió sortear momentos duros. Jamás le escuche expresarse mal de nadie. Era de aquellos que resaltaba las virtudes de la gente y promovía la aceptación de los defectos de las personas. Recuerdo con ternura sus expresiones de cariño con la gente humilde, con los más sencillos que se le acercaban en las calles. Era enemigo de las diferencias sociales y económicas, cultivó amistad con los poderosos y los desposeídos. Compartía amistad con los Jefes de Estado y con los hinchas del fútbol donde siempre hubo personas de la más diversa condición social y económica.
Su mayor tristeza fue la partida de mi madre hace 28 años con quien ya se reencontró para la vida eterna. Nos formó en todo sentido, nos transmitió el esfuerzo y la lucha por la vida El respeto a todos sin importar sus ideas y posiciones. Que en la carrera que decidamos siempre la cumplamos con metas y objetivos claros y buscando llegar a ser los mejores.
Papito, nos dejas un vacío gigante, pero nos llena de felicidad que ahora te encuentres con el amor de tu vida, mi mamita. Gonzalo Pozo Ripalda, a los 94 años dejó un nombre, un activo familiar que nos acompañará por siempre. Que Dios te reciba en su gloria.