Globalización de la indiferencia

Desde que Voltaire elevó su voz en defensa de la tolerancia ideológica, esta pasó a ser uno de los postulados liberales de Occidente. Fieles a esta tradición hoy hablamos de multiculturalismo, un concepto que encierra una gama de significados de carácter ético y político. El multiculturalismo parte del reconocimiento de la diversidad de lo humano y el consiguiente respeto por las diferencias; propone la convivencia armoniosa entre pueblos y el intercambio entre culturas. El multiculturalismo confiere así una nueva dimensión a la tolerancia.

De estas nobles aspiraciones y grandes palabras están repletos los discursos que diariamente pronuncian los líderes mundiales. Sin embargo, la real situación que viven muchos pueblos está muy lejos de estos ideales. La hipócrita actitud de los políticos les lleva con frecuencia a soslayar la realidad en la que viven sus comunidades, una realidad herida por la intolerancia, la indiferencia, la exclusión y el rechazo. En lo que va del siglo XXI, el mundo se ha conmocionado con el renacer de grandes flujos migratorios. Masas humanas abandonan sus países de origen, trajinan largamente para, al fin, llegar a las puertas de sociedades prósperas y organizadas en busca de acogida, refugio y un trabajo digno. Atrás han dejado un pasado de miseria y violencia provocado por guerras intestinas, corrupción, dictaduras y desastres naturales. Sin embargo, las fronteras no se abren fácilmente para ellos porque toda migración masiva es percibida como una amenaza por los países receptores, un riesgo nacional. No es raro que hayan resurgido el racismo y la xenofobia, dos execrables azotes de la humanidad.

Con la civilización posmoderna ha emergido una “nueva geografía del mal”. La observación es de Zygmunt Bauman. Ello significa la banalización de lo éticamente correcto. Lo que tuvo un valor inapreciable pierde valía, se convierte en algo frívolo. “El mal ya no reside solo en las guerras, en las ideólogas totalitarias –dice Bauman -, se arraiga también en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, como en la cuestión de los refugiados o en las orgías verbales de odio anónimo y en los despliegues de insensibilidad que encontramos en Internet”.

El papa Francisco en un viaje simbólico a Lampedusa, puerto italiano al que llegan oleadas de africanos en busca de refugio, habló de la “globalización de la indiferencia”. Recordó a los migrantes que perecieron en el mar Mediterráneo, se dirigió a una sociedad “que ha olvidado la experiencia de llorar”. Todo indica que en estos tiempos en los que se ha desprestigiado a la ternura y en la que el dinero es el principal valor de intercambio entre seres humanos, haya que mantener la indiferencia, ese mal moral que consume a una sociedad insolidaria que no tolera la cercanía del extraño.

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