Este auténtico destape nacional después de diez años de férreo control se ha convertido en una suerte de catarata inagotable. Es inevitable pensar qué habría pasado con las denuncias de corrupción y de obras mal hechas, sobrepagadas y a veces innecesarias, así como de interferencia en la justicia, si el país seguía bajo el control de aquella revolución ciudadana sin ciudadanía y sin rendición de cuentas.
Se ha sabido desde siempre que, en el ejercicio del poder, las personas y los grupos que gobiernan -política, económicamente- van creando anticuerpos y se van volviendo inmunes. Y no solo inmunes sino impunes. Nada mejor que la alternancia, y esa lección aprendida, junto a otras tres o cuatro, debe refrendarse en una posible consulta popular, después de años de manoseo ideológico.
¿Cómo sería el país en este momento -preguntaba un amigo hace unos días- si se mantenía el esquema de poder que criminalizó la protesta social y maniató a los medios, mientras controlaba todas las funciones? Seguramente -como sucede con otros regímenes del mismo signo- no habríamos conocido detalles de la presunta corrupción ni se habría hecho un balance de la calidad de la inversión en costosísimas obras.
Tampoco nos habríamos enterado del verdadero nivel del endeudamiento público nacional, y asimismo estaríamos condenados a no conocer qué pasó alrededor de las preventas petroleras ligadas a créditos chinos. Ojalá algún día lo sepamos, una vez que se anuncian auditorías internacionales, y quizás también lleguemos a saber quiénes se beneficiaron de esta ola de abusos sin precedentes en el Ecuador.
Es fácil imaginar a quién habrían elegido los líderes históricos de AP para seguir su revolución, si las cifras lo favorecían. Con un país al filo de la reacción social y con las arcas exhaustas, optaron por alguien que decidió tomar distancia porque aparentemente no está obsesionado por construir una carrera personal. Que quizás, y a riesgo de equivocarse, no tiene que demostrarse ni demostrar nada.
Cuando el líder y su círculo se vuelven insensibles, no tardan en pensar en el poder como prerrogativa. La inmunidad y la impunidad se vuelven arrogancia, y esta se convierte en temeridad. La historia -y la ecuatoriana no es la excepción- está llena de personajes que confundieron los fines con los medios y terminaron cual gigantes con pies de barro. Estamos viendo desfilar a algunos en estos días.
Nada mejor que un sistema que garantice que el mandato no se vuelva un reinado; que las autoridades de control sean independientes; que los medios de comunicación y la sociedad, con sus aciertos y sus errores, sean la piedra en el zapato del poder. Esto evitaría que el país vaya de bandazo en bandazo. La consulta popular que se gesta es una oportunidad para evitar excesos, y por eso causa tanto escozor.
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