Estos gigantes han poblado la tierra desde hace millones de años, igual que casi todos los seres vivos que aún quedan en el planeta, pero lo que los hace especiales no solo es su colosal tamaño, sino también su longevidad, demostrada en muchos de sus ejemplares que cayeron abatidos finalmente tras tres mil años de existencia.
Se trata de las secuoyas gigantes de California, asentadas en el extenso Parque Nacional Yosemiti (también se las encuentra en otros parques de los Estados Unidos), en un lugar al que se denomina Mariposa Grove. Allí, estos seres descomunales, casi irreales frente a la pequeñez del ser humano y del resto de la naturaleza, se levantan sobre los maravillosos bosques de pinos y cipreses, por encima de una fauna hermosa y variada que cumple su ciclo normal de vida, fugaz como un suspiro si se habla en términos relativos, frente a estos pacientes titanes que ascienden lentamente y sin pausas hasta fundirse con las nubes.
Se ha hablado muchas veces de tortugas o carpas que viven más de cien años, incluso de alguna especie de almeja que habría vivido casi quinientos años o algas marinas o especies de musgo que serían también milenarias, pero los ancianos más bellos del mundo animal son estos árboles de una majestuosidad tan apabullante como su increíble corpulencia.
Resulta sobrecogedor contemplarlos como alfiles erguidos en un inmenso tablero de ajedrez tallado en miniatura. Así debe mirarse el mundo desde sus ramas robustas (las más altas que rodean la copa están alrededor de cien metros de altura), como una población de insectos que sobrevive en esa tierra de la que ellos lo conocen todo, pues lo han visto todo durante miles de años, y sino lo vieron ellos mismos, lo hicieron sus padres, o sus abuelos, que por clonación genética son ellos mismos.
Esta suerte de clonación a la que ellos se someten los mantiene con vida en identidad genética durante decenas de miles de años, convirtiéndose en seres casi inmortales, pero ante una posible sobrepoblación, que los pondría en riesgo y evitaría el crecimiento de los más fuertes, algunos de estos gigantes del planeta se inmolan en el fuego que misteriosamente surge focalizado en los bosques cada cierto tiempo. Por esa razón resulta también fascinante mirar alguno de esos ejemplares de pie, muertos, carbonizados, como si se tratara de estatuas de algún reluciente mármol negro que han sido escogidos por la naturaleza o por ellos mismos, para dar paso a los más jóvenes y robustos que crecerán a su alrededor.
No tengo duda de que lo peor que le pudo pasar a nuestro planeta fue la existencia de los seres humanos, esta especie fascinante que se ha multiplicado desde hace millones de años (partiendo de Ardi o algo más tarde de Lucy), arrasándolo todo, dominándolo todo y arrastrando al planeta a su propia destrucción. Y por otro lado están las secuoyas, los maravillosos gigantes milenarios que nos contemplan en silencio desde sus alturas imposibles.