El Ecuador tiene serias vulnerabilidades frente a los riesgos de índole natural y antrópicos. En las últimas semanas hemos podido constatar cómo el invierno y las excesivas lluvias han causado serias afectaciones en algunas provincias. Este es el caso de Pujilí y La Maná en la provincia de Cotopaxi, el sector de La Comuna y La Gasca en la ciudad de Quito y, hace pocos días, en algunos barrios del cantón Rumiñahui.
Ahí es cuando la gestión de riesgos frente a desastres de carácter natural y antrópico debería cumplir un papel clave. Me refiero a estar suficientemente preparados para que el efecto de estos riesgos sea menor, ya que en algunos no pueden ser evitados. Es decir, no podemos consolarnos cuando dicen las autoridades que esto es algo extraordinario, producto del cambio climático, de que este invierno ha sido muy fuerte…
Resulta curioso constatar que en el caso de Rumiñahui como el de Quito buena parte del problema se dio por la falta de obras de mantenimiento y limpieza de quebradas, lo cual ocasionó la formación de diques. Con el aumento de las lluvias, estos terminaron por romperse, formándose aluviones de agua, lodo…
Entonces aquí hay responsables. No es la inclemencia de la naturaleza solamente. A más de que brillan por la ausencia las autoridades nacionales de gestión de riesgos, los municipios tienen mucho que ver en esto. No solo me refiero a hacer el debido mantenimiento de quebradas y cauces de ríos, a ser más estrictos en la autorización de permisos de construcción en zonas de riesgos, a cumplir con las normas y planes de uso, ocupación y manejo del suelo… Me refiero a que la prevención, reducción y control de los factores de riesgo sea una preocupación permanente de las autoridades. Que estemos preparados ante cualquier situación. Que se haga un monitoreo permanente de los factores de riesgo y todos los niveles de gobierno cuenten con políticas, estrategias y acciones actualizadas y efectivas para proteger vidas y bienes. Es decir, ciudades y territorios resilientes.