Algunos políticos piensan y actúan como si la gente no entendiera las cosas que hacen o dicen, unos tratando de figurar sin mérito alguno, y otros tras intereses subalternos propios.
Ciertos políticos piensan que la gente solo se fija en temas superficiales o en asuntos no relacionados con el bien común nacional.
Pero no, la gente analiza adecuadamente las risas forzadas, los discursos cínicos y contradictorios que solo buscan alcanzar una posición predominante o servir a sus bastardos intereses.
La gente no se traga piedras ni molinos de viento.
Un servidor público es “aquella persona electa, seleccionada, nombrada que realiza una actividad ocasional o permanente al servicio del Estado o de sus entidades en cualquier nivel jerárquico, con sueldo o por honorarios”.
Esta definición incluye a la administración pública central, el poder legislativo, electoral, las instituciones descentralizadas autónomas y semiautónomas, las empresas públicas, los Tribunales de Justicia, la Fiscalía, Procuraduría, Superintendencias y demás.
El funcionario público debe actuar con apego a la ley, decoro, sobriedad, vergüenza, patriotismo, y con otros valores que, sin estar expresados en la legislación positiva, son esenciales de una actividad puesta al servicio de la comunidad.
Una de las características del servidor público es la responsabilidad de sus actos, esto es no solo asumir las consecuencias de lo que haga, no haga o diga, sino también de la obligación de rendir cuentas, sin ocultamientos o doblez.
Pero repugnan las explicaciones carentes de autenticidad y verdad, así como las piruetas de algunos políticos para convencer a la comunidad de que sus acciones en el servicio público son lícitas o que no tienen trascendencia, aun cuando estén ya señaladas por la ciudadanía como contrarias al decoro y dignidad.
Ecuador es testigo en estos momentos de actitudes anómalas de ciertos altos funcionarios y representantes legislativos, que van en la línea contraria al bien obrar; y que pese a que ya están reseñados por una ciudadanía bien formada e informada, persisten en un discurso sardónico que, aparentemente, solo aspira distraer la atención pública para salvar su nombre y partido político o continuar realizando actos antagónicos a sus obligaciones.
Hay que cambiar la destrucción, el caos, la miseria humana y material por un ejercicio de la función pública digno, transparente y auténtico.
No cabe que personas dedicadas a la política se aparten de los mandatos del bien.
La gente se da cuenta de las cosas negativas que ocurre en el país, por acciones u omisiones de la justicia o por la procacidad de algunos personajes elegidos o designados que, recurrentemente, no han cumplido con las expectativas de la comunidad. La gente no es tonta.