Ha y un ambiente de euforia política que linda con la soberbia. A la proximidad del nuevo período legislativo y presidencial se junta la percepción triunfalista de la gira de Rafael Correa por Europa, que si bien no tuvo resultados tangibles en cambio apuntaló la figura del jaguar, símil conveniente para los interesados en invertir en un país liderado por un Gobierno de músculos tensos y gran voluntad y posibilidad de dar un salto.
Probablemente esa euforia explica la celebración adelantada de la aprobación de la Ley de Comunicación a cargo de una mayoría parlamentaria nacida a la sombra de una figura única y sobredimensionada por el método de asignación de escaños.
Y quizás también en la euforia del nuevo momento se base la respuesta ríspida y prepotente del Secretario de Comunicación a un pedido de la Sociedad Interamericana de Prensa para dialogar sobre la libertad de expresión. O la carta que dirige a la Unión Nacional de Periodistas a propósito de la masiva celebración del Día de la Libertad de Prensa, en la cual el Embajador estadounidense cometió el pecado de participar.
Es difícil entender por qué un Gobierno tan poderoso le dedica tanto tiempo y energías a quienes, a su juicio, son sujetos insignificantes y risibles que se dedican a opinar o a informar a contracorriente del pensamiento oficial. Más todavía cuando ha proclamado a través de una campaña bien orquestada que está logrando, a pasos agigantados, la democratización del derecho a la libertad de expresión en el país.
Su teoría se basa en que, mientras más voces haya, hay más libertad de expresión, y esa es una verdad irrefutable, pero que encubre una trampa, al menos en el caso ecuatoriano. La proliferación de los llamados medios públicos y comunitarios no se traduce en diversidad de voces, sino, por el contrario, en la consolidación de una sola voz, a la par que se sigue arrinconando al periodismo independiente.
En lugar de garantizar la diversidad de pensamiento, el Gobierno ha ido muy lejos en la creación de un clima de intolerancia. La euforia es contagiosa, y ya fue posible leer por redes sociales una amenaza de muerte -de la cual su autor luego se retractó por susto- contra Martín Pallares, un periodista que, como muchos otros, ha sido denigrado por Correa y expuesto como si se tratara de un delincuente.
Al parecer, cuando el Presidente pide la unidad nacional para que la imagen internacional del Ecuador no perjudique posibles acuerdos comerciales, lo que está pidiendo es el imperio de un pensamiento único. Esa es la paz de los cementerios que no tiene nada que ver con la paz social.
Quizás lo que estamos viendo es la esencia y la euforia del jaguar. Pero nadie, ni los más entusiastas que miran con expectativa desde afuera, permitirá que para dar el esperado salto destruya las libertades.