La amenaza del Secretario británico de Relaciones Exteriores de allanar la Embajada del Ecuador en Londres es un acto de prepotencia imperial que todos debemos condenar. En este punto, la postura del Presidente de la República merece un apoyo unánime y sin condiciones.
Cualquiera haya sido el motivo de semejante reacción, es atroz que ese funcionario piense que puede atropellar a la legación de un país, que está protegida por prácticas diplomáticas mundialmente reconocidas, que el Reino Unido no hace mucho invocó cuando una de sus embajadas fue invadida.
Pero si debemos ser unánimes en el apoyo frente a la amenaza, también debemos preguntarnos los ecuatorianos qué hemos ganado con haber recibido al señor Assange en nuestra Embajada, para luego darle asilo en ella.
Assange no es un héroe ni un luchador de los derechos humanos. Es un aventurero. Pero le ha hecho un servicio a la humanidad al publicitar documentos de interés público que, de todas maneras, por las propias leyes estadounidenses, tendrán que ser abiertos en unos años. No parece que el Gobierno de Estados Unidos pueda quejarse de que le espían, cuando sus agencias gubernamentales se dedican al espionaje en todo el mundo.
Y no solo que funcionarios estadounidenses, protegidos precisamente por los privilegios diplomáticos, se dedican a meter la nariz en vidas y papeles de ciudadanos de otros países sin otra autorización que la de su propio Gobierno, sino que muchos de ellos tienen licencia para matar en nombre de su seguridad nacional, lo cual es mucho peor que poner documentos en Internet.
Claramente, Assange es un perseguido por motivos políticos y no simplemente un pirata de la Red, que todavía no ha sido sentenciado por violador en un juicio que, hasta la circunspecta justicia sueca debería sospechar que pudo haber sido montado para hostigarlo.
Hay muchas cosas en este asunto, pero debemos volver a la pregunta inicial. Y frente a ella, es preciso recordar que en todo el mundo, la diplomacia y las relaciones internacionales tienen que ver con la conveniencia de cada país. La política exterior está guiada por la conveniencia nacional. Así es en Italia, en Tanzania, en Cuba. Y así debe serlo en el Ecuador.
Por ello, al considerar el asilo a Assange se debe preguntar qué gana el Ecuador con eso. Y realmente no gana nada. Solo problemas con unos cuantos países del mundo. Quizá el Presidente gane votos en su campaña electoral, y el señor Assange gane imagen y tiempo. Pero nuestro país no saca nada de este conflicto.
Se dirá que se trata de una cuestión de principio, de defensa de los derechos humanos de un perseguido. Pero a nadie se le ocurre que debemos dar asilo a todo perseguido. Y, francamente, con semejante personaje de por medio, este es un pésimo e inoportuno motivo para hablar de principios.