Todo puede cambiar súbitamente. Sin embargo cuando escribo esta crónica las percepciones del conflicto sirio permiten forjar una lista provisional de “ganadores” y “perdedores”.Veamos.
Pierde Barack Obama. No castigó al dictador Bashar El Asad cuando cruzó la “línea roja” que el mismo presidente había trazado. Aunque la mayoría de los norteamericanos no quieren participar en ese conflicto, también es cierto que las vacilaciones de la Casa Blanca y el neoaislacionismo que se advierte, especialmente entre los republicanos puede estimular el aventurerismo de naciones como Irán, Corea del Norte, Venezuela y Cuba, como demuestra el clandestino embarque de armas y aviones de guerra procedentes de la Isla detenido recientemente en Panamá a bordo de un buque norcoreano.
Gana Vladimir Putin. Si tiene éxito y los sirios entregan el arsenal químico a cambio de impunidad y de atarle las manos a Washington, el presidente ruso aparecerá ante la opinión pública como un estadista comprometido con la paz. Putin no sólo salva a Asad de una confrontación con Obama, sino a Obama de un enfrentamiento que no desea. Mágicamente, el duro ex miembro de la KGB, un halcón feroz de garras afiladas, se convierte en dulce paloma.
Pierde la oposición siria. El Consejo Nacional Sirio (compleja coalición política y religiosa) y el Ejército Libre de Siria (unas variopintas y muy valientes fuerzas armadas), perdieron su ímpetu arrollador. Moscú y Damasco, hábil y pérfidamente, lograron sembrar dudas sobre quién, realmente, lanzó la primera piedra química con gas sarín. Tampoco ayuda la toma de Malula, pueblo cristiano ocupado por fanáticos de Al Nosra, brazo armado de Al Qaeda en Siria, un grupo intolerante que genera una terrible pregunta: ¿vale la pena desplazar del poder a unos asesinos conocidos para sustituirlos por otros acaso peores? Ganan Bashar El – Asad y su gobierno. Mediante sus entrevistas en la gran prensa norteamericana, proyectó una imagen moderada y sensata, recordando que su padre, Hafez El-Asad, fue aliado de Estados Unidos en la Guerra del Golfo. El Partido Baath, el de su gobierno, es nacionalista, panarabista y estatista, con gran presencia militar y una legendaria tendencia a la corrupción y a violar los derechos humanos, pero no tiene fervores religiosos y comparte con Occidente el rechazo a Al Quaeda.
Pierden Israel y Líbano. Israel, porque corre el riesgo de ser arrastrado a un conflicto en el que nada ganará. Lo que conviene a Jerusalén es un Medio Oriente en calma. El Líbano, porque los terroristas de Hezbolá, aliados de Irán, ante la parálisis de Occidente pueden animarse a lanzar una ofensiva contra el débil gobierno de Beirut.
La buena noticia: el panorama puede cambiar en unos días. La mala: puede tornarse aún peor.