En el proceso electoral de la semana pasada, participaron 16 candidatos, triunfó Daniel Noboa, al frente del partido ADN, seguido por la representante de la Revolución Ciudadana, Luisa González, el resto de participantes tuvo un respaldo popular tan insignificante, que el escenario electoral se polarizó con las dos fuerzas políticas: la una que, desde hace 20 años, porta la bandera del nefasto socialismo del siglo XXI, por un lado, y por otro, ADN, un partido nuevo, formado hace apenas un año, bajo el liderazgo del presidente Daniel Noboa.
La Revolución Ciudadana, organización integrada al grupo de países que unificaron protocolos de gobiernos totalitarios, en los foros de San Pablo y de Puebla, orientados a destruir la democracia y la libertad de los países latinoamericanos, preconiza la toma del poder para perennizarse en él, al igual que las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba que han sumido en el hambre, la pobreza, y la desesperación a sus pobladores que, angustiados buscan, con un incontenible éxodo, mejores condiciones de vida en otros países. La Revolución Ciudadana nos gobernó durante 10 años, período trágico para nuestro país, pero inmensamente productivo para sus líderes que se enriquecieron, con la misma intensidad en que empobrecieron al pueblo, al que dejaron sumido en cuantiosas deudas locales e internacionales. Fue un gobierno que pactó con delincuentes y narco traficantes y los incluyó en la vida política; permitió el ingreso masivo de criminales y malhechores internacionales; elaboró una constitución “bolivariana” destinada a proteger a delincuentes y sancionar a gente honesta. Con el ejemplo de los dictadores cubanos y venezolanos, constituyeron los comités barriales para adoctrinar al pueblo inocente que lo respalda; clausuró gremios profesionales, cerró la casa de la CONAIE, persiguió a dirigentes de los movimientos indígenas, expulsó a muchos médicos, para reemplazarlos con enfermeros cubanos, rompió la disciplina militar e intentó incluir a las fuerzas armadas dentro de su esquema político, como lo hicieron las dictaduras con las que tan profundamente se identifica. Creó el Código de la Democracia, que permite la activación de una infinidad de movimientos políticos insignificantes, que al dividir al electorado, asegura el mayor número de votos para su partido, que es el único que se mantuvo organizado, desde tiempo atrás. Estamos inmersos en el desorden institucional y en la anarquía cívica que ha destruido a los partidos políticos, a los que han transformado en pensiones de alquiler, rentadas por descarados candidatos que cambian de bandera, en cada proceso electoral, alentados por dirigentes ambiciosos que irreflexivamente tratan de obtener distintas representaciones, a través de la venta de sus conciencias. Contemplamos, como ejemplo, al fugaz inquilino de la Izquierda Democrática quien, al ser rechazado por el electorado, emerge orondo y a viva voz, para volver al partido del que fue candidato en el proceso anterior. ¡Qué ignominia!
El triunfo de Noboa ha sido tremendamente significativo, porque es la primera vez que el ganador de la primera vuelta no es el representante de la Revolución Ciudadana, como había acontecido en sufragios anteriores y es trascendental, pues va acompañado con la obtención de un alto número de asambleístas. Claro que ha ganado Noboa y ADN, un partido nuevo, con un año de existencia y ha competido con la Revolución Ciudadana que, se fortaleció durante 20 años y empieza a decrecer, aunque, en la actualidad dispone del muchísimo dinero, que fue arrebatado al Estado y que cuenta con el apoyo económico, militar y para militar de Cuba y de Venezuela.
La candidatura de Noboa exhibe un permanente esfuerzo por evitar que se repitan los asaltos al Estado y patrióticamente ataca, todos los días, a los nidos de corrupción en los que hay fuertes inversiones de la narcopolítica. Ha debido solucionar difíciles acontecimientos inesperados, pero que se han presentado como resultado de fallidas gestiones de gobiernos anteriores. Combate una dura realidad, hay territorios controlados por una gobernanza criminal. Ha cometido errores, pero no se han repetido los actos de corrupción, por los cuales una gran cantidad de exfuncionarios han fugado o se encuentran recluidos.
Su gestión se ha proyectado internacionalmente y ha sido bien acogida en Europa, Asia y Norte América. El riesgo país, factor que se relaciona con las inversiones extranjeras, había bajado significativamente y las ofertas de la necesaria ayuda internacional se habían multiplicado. Ha ampliado el número de países con los que se efectuarán intercambios comerciales, que se incrementarían con su presidencia y decrecerían notablemente si el resultado no le es favorable.
Estamos frente a una segunda vuelta entre un candidato joven, independiente, honesto, amigo de países democráticos, libres y una candidata admiradora de la dictadura de Maduro, de la corrupción y de las tiranías, que depende de una estructura que hizo daño al país y que da cabida a un sinnúmero de exdirigentes que tienen cuentas pendientes con la ley.