Galo Larenas Serrano *
Columnista invitado
La información vertiginosa de muestro mundo globalizado nos trae una gama tan diversa como impactante de violaciones al Derecho, sea a nivel de la norma interna que rige el convivir civilizado entre los habitantes de un Estado, como también de aquella del Derecho Internacional, estructurado a través de los siglos, para regular una interrelación igualmente civilizada entre sus pueblos. Ambas normas llevan en sí un humanismo que los sustenta, al constituir su ratio el hombre, centro de la Historia.
Si bien Kelsen enfatizó la necesidad de la existencia de la fuerza para que el Derecho pueda realizarse, no cabe duda que la fuerza moral subyacente en la norma, cuando la Ley es justa, conforme el pensamiento de Agustín de Hipona, es la que al final prevalece aunque tarde mucho. Algo de ello debe reconocerse existe en el trascendental hecho ocurrido en estos días: la aproximación de dos Estados, Cuba y los Estados Unidos de América.
Luego de más de medio siglo de un bloqueo comercial y financiero, cuya grotesca violación al Derecho Internacional concitara el repudio masivo de tan alevosa medida por los Estados miembros de la ONU, a través de numerosas resoluciones de su Asamblea General, constatamos que la cordura se impone cuando la potencia opta por el camino de la diplomacia al restablecer sus relaciones con el digno país caribeño, acorde con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961. Este encomiable paso, para cuya ejecución debieron haberse vencido poderosas resistencias a nivel interno de la Unión Norteamericana, es un ejemplo de valentía por parte de su Ejecutivo, al tiempo que de sagacidad y humanismo por parte de Cuba.
La diplomacia, brazo ejecutor del Derecho Internacional, ha devenido en el instrumento y cauce para desembocar al fin en vías racionales y humanistas de aproximación entre los seres humanos, a cuyo servicio fueron primigeniamente concebidos, y en cuyo fortalecimiento no ha desmayado la Organización de las Naciones Unidas, desde su creación partiendo de su instrumento constitutivo, la Carta de las Naciones Unidas. De allí la importancia del profesionalismo en el manejo de la diplomacia.
Es motivo de sincero regocijo por parte de quienes confiamos aún en la prevalencia del Derecho sobre la fuerza, desconociendo en ella todo vestigio de derecho, por brutal y tenaz que esta sea, así como de sano orgullo constatar que este reencuentro entre dos pueblos de nuestra América haya contado con el sencillo pero significativo aporte del Romano Pontífice, como Jefe del Estado del Vaticano, y se cristalice a pocos días de quienes tenemos la dicha de conmemorar el nacimiento de Cristo, el Príncipe de paz.
*Embajador de carrera y ex-Asesor Jurídico del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.