Desde Ibarra, la Ciudad Blanca, donde había nacido en 1926, llegó Galo Leoro a la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, donde un grupo de jóvenes iniciábamos nuestra carrera de Derecho y donde comenzábamos a conocernos, compartir experiencias y a hablar de un futuro que nos parecía lleno de promesas y esperanzas.
Ingresó al Servicio Exterior de la República en 1945 para desempeñar cargos inferiores de carácter administrativo y luego ascender poco a poco a posiciones de mayor importancia y responsabilidad como los de vicecónsul en Nueva York, secretario en la Embajada en Washington, consejero en la Embajada en México y de la Delegación Permanente ante el Consejo de la Organización de los Estados Americanos, representante ante la Comisión Permanente del Pacífico Sur, asesor de la delegación ecuatoriana a la IX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, asesor de la delegación a la II Conferencia Interamericana Extraordinaria, miembro por varios años del Comité Jurídico Interamericano, embajador en muchos países, canciller del Ecuador entre 1994 a 1997.
Muchos fueron los estudios jurídicos que publicó de su actuación en el Comité Jurídico, y que han servido de fuente de consulta no solo para los profesionales del derecho internacional, sino principalmente para los estudiantes. Como canciller, le correspondió hacer frente a la inmensa tarea de dirigir la diplomacia ecuatoriana para hacer frente a la agresión peruana en el Alto Cenepa, coordinar esfuerzos y, sin escatimar horas de sueño, buscar un acuerdo de cese de fuego que, después de muchos esfuerzos se concretó en la Declaración de Itamaraty, y que permitió iniciar una negociación pacífica a fin de llegar a un acuerdo mutuamente aceptable por los contendientes que abriese una paz permanente y duradera. Luego de innúmeras consultas que Galo realizó con distintos personajes ecuatorianos, logró finalmente dar inicio a esas conversaciones que finalmente se concretaron, bajo la dirección de otro ilustre Canciller, el 26 de octubre de 1998.
Galo, luego de una larga enfermedad, agravada en los últimos días, falleció en Quito. Su deceso fue sentido por quienes hemos seguido de cerca sus enseñanzas y sus realizaciones. Al bajar a la tumba, resonaron voces no solo de sus amigos y compañeros de las aulas estudiantiles y de los despachos ministeriales, sino principalmente de quienes recibieron sus enseñanzas. Amigo de todos, inteligente conversador no solo sobre temas de jurisprudencia y derecho, sino de historia, literatura, música. Como árbitro internacional, intervino en la solución de muchas controversias que llegaron a su conocimiento.
Ha dejado un vacío difícil de llenar, pero también nos ha dejado su ejemplo, su honradez intelectual y su devoción por la paz, la justicia y la verdad.
Luis Valencia Rodríguez
Columnista invitado