Un querido amigo me preguntó hace unos días cuál sería mi posición, desde la perspectiva de la resolución de conflictos, sobre el juicio a Galileo bajo el Papa Urbano VIII.
Mi respuesta, que no pude dar en ese momento, es que en aquel conflicto no habría cabido una intervención tendiente a una resolución Gana-Gana. El conflicto era por quién tenía la razón sobre si la Tierra es o no el centro del Universo. Incluso entonces, era factible determinar cuál creencia es la correcta, y en consecuencia debía darse un desenlace Gana-Pierde.
Valoro y agradezco la muy interesante inquietud de ese buen amigo, porque me brinda esta oportunidad para aclarar algo que no siempre está claro: la mayoría, me incluyo, de quienes creemos y trabajamos en la resolución de confictos no somos pacifistas, es decir, quienes buscan evitar la confrontación a toda costa. No. Hay conflictos en los cuales la única postura legítima, en términos racionales, emocionales y morales es, precisamente, la de confrontar. Las condiciones más típicas de este tipo son dos. Primero, aquellas en las cuales, como entre Galileo y la Iglesia, el punto en conflicto es quién dice la verdad.
Cuando ésta es determinable más allá de duda razonable, no cabe pensar que “ambos tienen la razón”: la tiene el uno, o la tiene el otro. Este punto es de dramática importancia en debates políticos e ideológicos como, por ejemplo, el actual sobre quién ganó la elección en Estados Unidos: no la ganó Trump; puede seguir lloriqueando el resto de la eternidad, pero ni él ni sus obsecuentes y mentirosos lacayos pueden comprobar lo contrario. O, para citar otro ejemplo, el conflicto sobre si los sistemas comunistas y socialistas generan bienestar general: no lo generan; conducen solo a miseria y a tiranía. El segundo tipo de conflicto en el que la confrontación es legítima es aquel en el cual una de las partes pretende abusar de la otra u otras, y estas últimas no pueden defenderse a sí mismas.
De esas dos condiciones se desprende el que describo como el dilema de la paz: claro que son deseables el diálogo, la negociación y la resolución pacífica de las controversias, pero no siempre constituyen el mejor camino: en algún momento surge ese grave dilema, que muchos hemos enfrentado, de si seguir fieles a nuestros postulados de paz, o si debemos escoger más bien derrotar a un enemigo de la verdad que miente, o del respeto, que abusa.
Ese “dilema de la paz” tiene un importante corolario: cuando nuestro sentido moral nos obliga a confrontar, debemos escoger si hacerlo o no con violencia, que la indignación hace tentadora. Dos adalides de la confrontación no violenta, que sentaron gran ejemplo, fueron Gandhi y King.
Y por último, tristemente, en el extemo del dilema, hay los que no nos dejan la opción de renunciar a la fuerza.