Rivadeneira y sus límites
Gabriela Rivadeneira puede estar capacitada para muchas cosas, pero no parece estarlo para presidir la Función Legislativa.
Que la Asamblea Nacional haya estado esta semana a punto de aprobar una cavernaria resolución en contra de la movilización social, acusándola sin pruebas de golpista y etiquetándola con calificativos peyorativos, demuestra que en la Asamblea no existe un liderazgo capaz de comprender lo que significa para una sociedad vivir bajo principios democráticos y civilizados.
Hasta la votación del martes por la tarde, seguía en pie un texto de resolución que, de haberse aprobado como estaba redactado, se hubiera convertido en uno de los gestos más reaccionarios que se recuerde en la historia legislativa del país. Que una asamblea, congreso o parlamento condene y satanice la movilización social es profundamente contradictorio con su esencia institucional, pues se supone que su existencia se justifica, en parte, en la representación de las más diversas expresiones políticas de una sociedad. La resolución hubiera exasperado los ánimos de un sector social que la hubiera interpetado, y con toda razón, como una bofetada.
Rivadeneira demostró, en este episodio, no tener la sensibilidad y la formación política para entender las consecuencias que hubiera traído, a su propia Asamblea, la aprobación del texto, tal y como fue leído por el diputado Fausto Cayambe ¿Qué clase de formación y de convicciones democráticas puede tener una presidenta de la Asamblea que carece del liderazgo necesario para filtrar y evitar que se debata un texto que ofendía no solo a los sectores sociales que se habían movilizado legítimamente, sino al principio democrático de oponerse a un Gobierno?
Y aunque la resolución fue modificada (para bien de la ya maltrecha imagen de la Asamblea), gracias a intervenciones inteligentes de la propia bancada de Gobierno, como la del diputado Miguel Carvajal, lo cierto es que lo ocurrido el martes constituye una aparatosa derrota de la Asamblea. No solo porque fue evidente que hubo que recular, lo cual en las lógicas de la Revolución Ciudadana equivale a humillarse, sino porque quedó en claro que hay en el Legislativo una fuerza monolítica capaz de garantizar incondicionalidad al Ejecutivo en los actuales momentos de agitación social. Esa derrota debe ser endosada a la incapacidad de Rivadeneira para dimensionar cívicamente las acciones que se toman en la Función Legislativa.
Pero quizá lo más triste en el caso de Rivadeneira es ver cómo su ejercicio al frente de la Asamblea ha devaluado lo que el marketing político del Gobierno ha querido presentar como “una conquista de la mujer ecuatoriana”.
La Presidenta de la Asamblea ha ejercido más bien (y el caso de la resolución es una evidencia), durante dos años de sus funciones, una patética sumisión política frente a un ejercicio del poder que ha sido, desde sus inicios, profundamente misógino.