Esta semana vi –primero con sorpresa y después con desencanto– cómo una multitud de jóvenes celebraron, en las redes sociales, el cumpleaños número 85 de Gabriel García Márquez (GGM). Me sorprendí porque no habría imaginado que los chicos se interesaran por obras maestras como ‘El coronel no tiene quién le escriba’ o ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’. Pero enseguida quedé desconcertado porque en sus homenajes, los internautas hablaban de este personaje como de un viejecito risueño e inocente, autor de una serie de fábulas mágicas y románticas.
Por la abreviación forzada que produce el Internet y por la cultura edulcorada que predomina en Facebook, seguramente las nuevas generaciones desconocen la sólida e inalterable admiración que GGM profesa por los dictadores.
En el plano literario, ‘El otoño del patriarca’ explica los excesos –políticos, emocionales, sexuales– del tirano, como un resultado prácticamente lógico y natural de la soledad casi metafísica que le aqueja. En aquella novela, las víctimas de la satrapía apenas son mencionadas y su protagonista no hace una sola reflexión sobre los daños que produjo su incontinencia. Tampoco hay rastro de arrepentimiento en el dictador, sino solo ‘nostalgia’ (una de las palabras claves que GGM utiliza para cubrir todo de una bruma confortable).
Como si esto fuera poco, al protagonista de la narración nunca se le dice sátrapa, tirano u opresor. Es llamado cínicamente ‘patriarca’, es decir un padre maduro y sabio que gobierna a una gran familia, al estilo de los tiempos bíblicos.
Esta exaltación de los tiranos en la literatura ha sido ampliamente refrendada por la actividad política del autor. Su veneración por Fidel Castro es legendaria y a prueba de todo. En 2003, cuando el dictador cubano ordenó fusilar a tres jóvenes que intentaron huir en lancha de su isla, provocando reclamos de toda la izquierda del mundo –José Saramago profirió su ‘Hasta aquí he llegado’– el escritor colombiano hizo gala de su destreza verbal para no decir nada.
¿De dónde viene esa fascinación por el poder? En ‘Redentores’, el historiador Enrique Krauze dice que se debe a la enorme conexión que GGM tuvo con su abuelo, el coronel Márquez, un personaje marcado por la pasión política. Bajo su tutela, Gabo, el niño, se habría sentido seguro y a salvo. Esa seguridad y confianza que proyectan los ‘elegidos’, los ‘superhombres’, sería lo que, en última instancia, seduce al escritor colombiano, explica Krauze.
Cualquiera que sea la razón, hay que seguir leyendo a GGM para entender las pasiones y los sueños de nosotros los latinoamericanos. Pero esa lectura no debe ser boba ni ingenua; esa lectura debe abrir los ojos de los jóvenes que gustan de su literatura.