El debate sobre la nueva estatalidad ha sido interesantemente planteado hace unos años pero ha perdido vigencia y actualidad porque quienes los colocaron en agenda encontraron que las debilidades de gerenciamiento y de gestión constituían una oportunidad para desarrollar negocios compartidos con el mismo estado cuya fragilidad o corrupción se desnudaba con frecuencia. En ese marco cínico de relación, organismos internacionales se han apoderado de una parte del Estado a cambio de blindar sus pecados de gestión.
Hoy vemos que el Estado latinoamericano en democracia padece de los mismos defectos estructurales que padecíamos en dictadura de aquí la suerte de comprensión cuasi cómplice de la ciudadanía ante gobiernos electos pero gestionados con un claro sesgo autoritario. Lejos de los controles públicos, escasamente transparente y además protegidos y blindados por organizacionales internacionales que les brindan plataformas desde donde aparentar sin ser proyectando una realidad falsa en su camino. El nuevo Estado latinoamericano aún espera ser reformulado desde una concepción ciudadana más activa y respetada por los actores políticos. Tienen que sentir el aliento de la gente en la nuca para que puedan cambiar de lo contrario seguirán predicando conceptos de representación democrática pero interpretaron un conocido libreto autoritario. Esta especie de ópera bufa cuasi esquizofrénica requiere de los intelectuales o de la academia un esfuerzo mayor y comprometido. No es de recibo que muchos de estos referentes terminen siendo funcionales a los que han roto con el discurso, con la práctica y con la esencia de la democracia. El cinismo debe acabar y necesitamos de la rebeldía ciudadanía que proyecte un estado eficaz, sensible y por sobre todo: predecible.
Sócrates hablaba de las virtudes de los conductores políticos y hacía énfasis en ese aspecto que nos permite saber a lo que nos atenemos cuando escogemos a alguien para un cargo y no desayunarnos todos los días con actitudes incoherentes y recurrentemente insolentes a la razón como es la conducta de varios nuestros líderes latinoamericanos.
Es preciso reformular el carácter de las organizaciones internacionales. Deben representar el mandato de países que tengan modelos de Estado al servicio de una ciudadanía en un gran porcentaje viven en la ignorancia, la inequidad y la pobreza factores que en vez de ser resueltos, constituyen las bases para un discurso y una acción cínicos, mentirosos y ofensivos a la dignidad humana.
La democracia requiere de certezas en tiempos de incertidumbre y ambiciona un estado que en realidad no tema en asumir su verdadero carácter y abandone las máscaras que recurrentemente utilizan para engañar a la sociedad.