Al cabo de dos décadas de gobierno de la llamada “concertación” que enfrentó a la dictadura de Pinochet, en Chile ganó la derecha. Y parecía que, por el “efecto péndulo”, se mantendría en el poder por un buen tiempo. Pero la administración Piñera reveló de tal manera los límites de esa derecha, que en la última elección triunfó contundentemente, aunque no con mayoría absoluta, la expresidenta socialista Michelle Bachelet.
No parece que vaya a darse un giro inesperado en la segunda vuelta electoral, y Bachelet la ganará sin mayores dificultades. Pero si eso le resulta más bien fácil, el ejercicio del poder, en cambio, va a ser complicado. Hay grandes problemas que se acumulan y son un desafío para el nuevo Régimen.
No es ningún secreto que un “precio” de la transición de la dictadura al régimen de derecho, fue la aceptación de la Constitución que Pinochet dejó implantando. Y aunque se han logrado algunos cambios democráticos en ese cuerpo jurídico mañosamente trabado, resulta claro que a las tres décadas que el dictador-delincuente dejó el poder, ya es hora de pensar en una Constitución nueva que supere de una vez por todas las taras del pasado. Pero ese propósito está lleno de dificultades, tanto en la derecha que conserva una cuota de poder, como al interior de la alianza política que sostiene a la concertación.
Esto último no deja de ser un problema. En la Democracia Cristiana se mantienen sectores francamente neoliberales que frenarán todo intento de ampliación del espacio público. El Partido Socialista es muy heterogéneo. Y de él se han desprendido varias fuerzas que marchan por su lado. Otros componentes de la alianza han ido más bien dispersándose. Y la presencia en esta ocasión del respaldo comunista, si bien introduce un poco de aire fresco y compromiso por los cambios, volverá más complejas las negociaciones.
Todos saben y aceptan de un modo u otro que no fue posible revertir el modelo neoliberal en la transición. Pero el hecho es que se ha mantenido en el centro de las políticas públicas por más de 30 años, sin que un modelo verdaderamente alternativo pueda aplicarse. Y lo que es peor, el gobierno de Piñera, bastante inepto en muchos campos, ha dejado “amarrando” políticas económicas que costará mucho trabajo desmontar.
El gobierno de Bachelet tiene el compromiso de avanzar pese a estas grandes limitaciones, para no terminar pareciéndose a Piñera en lo de fondo. En especial, tiene que cumplir con la reforma educativa, que ha sido una de sus propuestas de campaña, en la que las líderes estudiantiles de izquierda cumplieron un papel muy destacado, luego de haber denunciado el abandono estatal del sistema educativo y la necesidad de implantación de la gratuidad, como en todos los países civilizados. En muchos sentidos allí está el futuro chileno.