¿Por qué los gobiernos de Venezuela, Argentina o Ecuador no han despotricado contra el imperialismo yanqui a propósito del escándalo de corrupción en la FIFA?
Lo menos que esperaba la feligresía revolucionaria de estos países era una condena categórica de las autoridades políticas en contra del Departamento de Justicia de Estados Unidos. A fin de cuentas, se trata de una intervención judicial supranacional, que además se da el lujo de meter presos a varios ciudadanos extranjeros en un país europeo históricamente neutral como Suiza. Todo un enredo jurídico y diplomático. Con el aditamento de que la acción es propiciada por el país menos futbolizado del planeta. Toda una afrenta cultural para los devotos del balompié mundial.
En el caso ecuatoriano, la mismísima Fiscalía General de la Nación, que jamás escatima esfuerzos por abanderarse de cualquier causa que huela a soberanía, ha preferido hacer una finta olímpica ante la desesperada petición de asistencia penal del presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol. ¿Será tal vez que el caso está demasiado podrido como para patrocinar su defensa? Con la imagen de inoperancia frente a los casos de corrupción que envuelve cada vez más a las instituciones de control, mal haría el Fiscal en ponerse una camiseta que puede terminar de mortaja.
Porque la corrupción en el rey de los deportes es más vieja que la sarna. Incursionar en ese campo investido de pretensiones justicieras puede dejar a cualquiera más perfumado que pañal de bebé. Desde que tengo uso de razón he escuchado a comentaristas deportivos, estrategas de parque, exglorias del gramado e hinchas irreductibles afirmar que argollas, mafias y corruptelas de toda laya dominan nuestro fútbol. Y cada desaprobación ha ido siempre acompañada de una utópica exigencia para que se lo sanee de una vez y para siempre. Una frustración que, sin embargo, no ha sido un óbice para mantener indemne la pasión por el balón.
Lo triste es que haya sido la justicia imperialista la que destapó una cloaca demasiado familiar como para justificar la más mínima desidia. Los escándalos que han empañado nuestro fútbol han sido sistemáticamente ocultados bajo el manto de los intereses políticos de turno. Hoy, otros nos hacen la tarea que postergamos en forma indefinida, interesada e irresponsable.
Triste porque ahora no sabremos si se trata de una conspiración de la potencia del norte en contra de la afición futbolera del sur –como ya empieza a insinuarlo el aparato de propaganda de un régimen sospechoso de complicidad con el tema–, o si en efecto hay una corrupción monumental en la FIFA.
Triste porque la mayoría de los detenidos y acusados pertenecen a federaciones de Sudamérica y el Caribe, los países más azotados por la corrupción política. ¿Pura coincidencia?