En un oscuro episodio de la revolución mexicana, el cruel y voluntarioso caudillo Pancho Villa, mató o hizo matar al súbdito británico William Benton. Al ver que se desataba un escándalo diplomático, hizo desenterrar al muerto para fusilarlo como si lo hubieran hecho los federales.
Algo parecido es lo que acaba de ocurrir en la revolución ciudadana con Pedro Delgado a quien muchos le consideran ya un muerto político. Sabíamos quién le mató. Fue un legislador quien hizo conocer al país que Delgado no tenía el título de economista que le había llevado a cargos tan importantes. La revolución, claro, atacó al denunciante y estuvo a punto de retirarle la inmunidad de que goza como asambleísta para castigarlo. Pero, más que el denunciante, fueron los medios de comunicación los que desataron la ira. La revolución cree, con fe de carbonero, que lo que no se publica no existe.
El legislador acudió a las universidades en Ecuador y Costa Rica, las que terminaron informando que no tenían al ilustre personaje entre los graduados. La revolución para eludir el problema dijo que se trataba de un escándalo de la oposición política y… no resultó. Dijo que era una mentira de los medios de comunicación y… no resultó. Apelaron, entonces, al homenaje de desagravio, como en los viejos tiempos, y… no resultó. Por último, salió el propio líder de la revolución y aseguró que todo era una patraña de los enemigos. Sostienen que se necesita título de economista para ser Gerente del Banco Central y eso es mentira, dijo. Añadió que Pedro Delgado tiene una maestría en el CAE de Costa Rica y que es egresado de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Los más perspicaces concluyeron que Delgado no tenía título porque la revolución evitaba pronunciar la frase mágica: “Delgado tiene título de economista”.
Los medios de comunicación independientes hicieron, siguiendo el libreto de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. Paso a paso mostraban cómo se acercaba el desenlace inevitable. Hasta que el propio afectado convocó a los medios para anunciar que “como hombre de bien” confesaba que había falsificado el título de economista, luego añadió que renunciaba para no hacer daño a la revolución y… viajó a Miami.
Así llegamos al capítulo final cuando la revolución desentierra al muerto para fusilarlo. La revolución que había organizado el acto de desagravio, acusaba a los denunciantes de mentirosos, y aseguraba la validez de los títulos, salió a decir que la revolución le había obligado a confesar, que la revolución había enviado un investigador a Costa Rica, que la revolución le había matado. Pero no resultó. No resultó en la revolución mexicana y no resultó en la revolución ciudadana. El administrador del Fideicomiso No Más Impunidad difícilmente podrá beneficiarse de la impunidad.