El centenario del Premio Nobel de Economía Milton Friedman (1912 – 2006) revive la polémica sobre su legado. El llamado “padre del neoliberalismo” o cabeza de la Escuela de Chicago nos dejó en su obra una formidable definición de la libertad: ser libre es poder elegir sin interferencias ni coacciones externas.
En 1980, Friedman y su mujer Rosa filmaron una serie de 10 capítulos para la televisión –Free to Choose– donde examinaban algunos casos exitosos, como Hong-Kong, próspero dada la libertad de los individuos para producir y vender, frente al fracaso de India, por entonces estancada por la planificación centralizada y los burócratas.
La mayoría de los males económicos tenían igual origen: el Estado, un “ogro filantrópico” que, cuando pretendía ayudar, generaba ciudadanos incapaces de ganarse la vida, mientras los funcionarios dilapidaban enormes cantidades de recursos en medio de la corrupción y estructuras clientelistas que lastraban y a veces imposibilitaban crear riquezas.
La historia de la lucha por la libertad es la historia de la conquista del derecho individual a trabajar, vestir, leer, escribir, casarse, divorciarse, rezar o militar libremente.
Si existe el friedmanismo, éste consiste en tres ideas-fuerza fundamentales: la convicción de que nadie sabe mejor que nosotros lo que deseamos y nos conviene más; la firme creencia en la libre competencia para perfeccionar los bienes y servicios que adquirimos o producimos; y la necesidad de que los individuos asuman responsablemente el control de sus vidas.
El friedmanismo, de alguna manera, está vinculado al creciente derecho del consumidor, que vota con su dinero y el Estado no debe imponerle productos, fijar precios ni –como sucede en Argentina y otros países– criminalizar la tenencia de moneda extranjera.
Tampoco el Estado debe arrogarse el derecho a decidir si un adulto no debe fumar, oler o inyectarse sustancias perniciosas. Ese estúpido comportamiento forma parte del derecho sobre el propio cuerpo, y el Estado debe respetarlo, como también admitir que cualquier persona –mentalmente sana– decida seguir viviendo o no porque sufre demasiado.
Hay gran sentido común en las propuestas de Friedman, además de una enorme dosis de confirmación empírica. Los países más ricos y dichosos son los que combinan la libertad económica y la libertad política, y donde el Estado no dirige la economía, ni ejerce las tareas de los empresarios, limitándose a auxiliar la creatividad individual aportando instituciones de derecho e infraestructuras materiales.
Milton Friedman lo dejó dicho en una frase clarísima: “Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en vez de hacerlo por sus resultados”. Fue el más práctico de todos los teóricos. Y tuvo razón.