Freud para señoritas

Veo que se cumplen 160 años del nacimiento de ese doctor que aterrorizó a las buenas conciencias de su época, pero supongo que a estas alturas de la erotización de la sociedad algunos libros del viejo Freud solo estremecen a recatadas señoritas de provincia. Y también, claro, a aquellos lacanianos que miran al creador del psicoanálisis como se mira a un profeta.

Hasta finales de los turbulentos años 60, cuando mi generación entró a la universidad, el nombre Freud era todavía sinónimo de los misterios del sexo y de la mente, tema que nos atraía bastante más que las clases de estadística. De modo que leíamos con verdadero deleite la interpretación de los sueños del Hombre Lobo y de las señoras burguesas y reprimidas que volaban o se hundían en el agua o galopaban desnudas por la calle por falta de sexo, si la memoria no me es infiel.

Luego empezamos a usar algunos de sus textos como libros de autoayuda para entender los traumas y las culpas que nos había generado la familia patriarcal y las torpezas de la educación religiosa. Porque, más allá de las exageraciones de su teoría, la gran importancia de don Sigmund consistió en haber derribado una serie de mitos y prejuicios, abriendo con las armas de la razón el territorio inexplorado de la mente y lanzando nuevas luces sobre la vida humana. Lo que Marx había hecho en la economía política, y Nietzsche en la filosofía, Freud lo lograba en el campo minado de la psicología, despertando a una legión de feroces adversarios.

Eso le daba un aurea sediciosa, pero lo que más me gustaba era que el tipo escribía muy bien y tenía la imaginación desbocada de un novelista.

Era un plato cuando analizaba a Leonardo da Vinci y destapaba la homosexualidad del genio del Renacimiento. O cuando el poema ‘El cuervo’ le servía para mostrar la impotencia de Edgar Allan Poe. O cuando partía del ‘Moisés’ de Miguel Ángel para rastrear a este líder despótico cuya figura paternal se halla en los orígenes del monoteísmo.

En esos días rebeldes se puso de moda ‘El hombre unidimensional’ de Herbert Marcuse, filósofo que unía marxismo y psicoanálisis para desmontar la sociedad de consumo. El mismo Freud había dado el marco general al afirmar que “la historia del hombre es la historia de su represión”. Y su influencia en el campo del arte también fue inmensa, desde la escritura automática de los surrealistas y las pinturas de Dalí hasta el humor masoquista de Woody Allen, cuyas películas se burlaban de las angustias y neurosis de los intelectuales y artistas de Nueva York parecidos a él.

La terapia psicoanalítica hizo roncha desde Viena a Buenos Aires, pero aquí nos quedó debiendo. Por ello, sus libritos deberían ser de lectura obligatoria para las señoras del Plan Familia y otras autoridades que abordan la sexualidad de los adolescentes con una óptica anterior al nacimiento de Freud, pretendiendo reprimir las relaciones sexuales hasta el día de la boda.

pcuvi@elcomercio.org

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