De uno de los países menos abierto a la migración y que menos nacionales expulsaba, Ecuador se volvió neto exportador de mano de obra, con la crisis de los 90. Para muchos, Ecuador no tenía esperanza. Su gente optaba por abandonarlo, incluso en darle la espalda, cumplía la derrotista expresión: que el último apague la luz. Ganó la idea de que mejor valía salir. España hizo pensar a muchos en el sueño europeo. La fascinación con lo extranjero evita enfrentar la rea-lidad. Pero hacer frente a la cri-sis a cualquier costo habría sido más sano y esto convertirlo en proyecto colectivo nos habría hecho madurar como sociedad.
Ahora, el Gobierno acierta en invitar al regreso de los migrantes, el cómo lo hace es otra cosa. También, Ecuador decretó la ciudadanía universal. Fue una bella utopía de anarquistas y socialistas del siglo XIX sin lograr seguidores. Los hechos con la globalización creciente pueden volverla real pero en un largo proceso. Es meritorio que Ecuador lo incluyera en su Constitución, pero la realidad no se transforma por decretos. Cada día el Gobierno actual aprende que cambiar la realidad es más complejo que decisiones y voluntad de hacerlo. Un buen gobierno sabe captar procesos e invertir en ellos, aunque no coseche sus resultados; pone en marcha pasos apropiados para el éxito futuro.
¿Quién seguirá el ejemplo ecuatoriano, sobre todo ahora que, ante el crecimiento de la inseguridad y la crisis económica, renacen las barreras y encierros de antaño? La ciudadanía universal no será sino fruto de una largo proceso. Ecuador debe dar pasos ejemplares sin que ello implique desconocer la realidad. Esta no se transformará abriendo nuestras fronteras a quién quiera. Ecuador pagará los platos rotos, como los hechos lo muestran, con la llegada de personas que incrementan los problemas internos: aquellos vecinos con designios que no son escapar a la violencia o a la pobreza, con varios cubanos de antecedentes dudosos, o con gente de mafias asiáticas o de europeos y africanos que quieren insertarse en el narcotráfico. Un sociedad cerrada a la inmigración como fue Ecuador no tiene las vacunas suficientes para controlar este tipo de inmigrantes.
La crisis económica internacional y la secuela de desempleo o maltrato a los connacionales y la matanza en Tamaulipas deberían llevarnos a definir dos políticas públicas.
Tener al fin una política de migración e inmigración, que implica definir la gente que queremos venga a convivir y hacer el Ecuador; y una definición clara frente a la emigración.
La otra política debería desincentivar la emigración, enseñar que no hay paraísos en el exterior y que bien vale sudar la camiseta para hacer el país.
Si alguien paga 15 ó 20 mil dólares para escaparse, bien puede invertir eso en algo que le dará más méritos que ser mano de obra barata en el exterior.