Fraternidad política
¿Será posible hablar de fraternidad en el contexto político? Seguramente muchos pensarán que se trata de un desvarío... Y, sin embargo, la fraternidad fue, junto con la libertad y la igualdad, uno de los postulados de la Revolución Francesa, madre de no pocas revoluciones en Europa y en el continente americano.
Para quienes participamos de una misma dignidad humana (y de una misma fe cristiana), más allá de nuestras opciones sociopolíticas, resulta fundamental comprender que es más lo que nos une que lo que nos separa. Tenemos que dar ejemplo de diálogo y tender puentes de fraternidad a fin de neutralizar el resentimiento y calmar tantas emociones tóxicas que nos enfrentan y dividen. En la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), la diferencia entre el respeto a la persona y a sus ideas queda muy clara. El respeto a la persona es indiscutible; las ideas siempre son objeto de debate. Lo triste es que, tanto en la vida privada cuanto en la pública, disentir en las ideas nos lleva al insulto y al menoscabo de la persona.
Muchos de nuestros políticos nos dan un pésimo ejemplo. Observo espectáculos delirantes, donde la afirmación de los propios intereses lo acapara todo y el comedimiento razonable queda olvidado. Edith Stein, monja contemplativa, filósofa y santa de origen judío, que murió víctima del holocausto, decía que para los cristianos no hay extranjeros, que cada persona es sagrada y tiene que ser tratada como un fin en sí mismo.
Lamento que el diálogo cultural entre nosotros sea tan pobre. Necesitamos hombres y mujeres, políticos de talla, que abran caminos de diálogo, de entendimiento y de fraternidad, exigencias éticas que no pueden olvidarse jamás. ¿Cuál será nuestro futuro? Difícil de adivinar, sobre todo cuando lo que está en juego es la institucionalidad democrática. Su estabilidad no depende tanto de la permanencia de los políticos, cuanto de la solidez de las instituciones y de la independencia de los poderes. Un proyecto político, construido sobre estas bases, necesita respeto, libertad y diálogo.
Quienes participamos de una misma fe debemos dar ejemplo de escucha activa, de moderación y de racionalidad. No se pueden despreciar los sentimientos de un pueblo, tampoco su legítima voluntad de expresarse. Más allá del encaje final hay que saber mantener los vínculos de fraternidad, lo que sentimos cuando decimos “nosotros, los ecuatorianos”, por encima del color de nuestra tienda política.
No podemos sucumbir al clima de bronca que, tantas veces, preside la vida mediática. A todos, pero especialmente a los que detentan el poder, hay que recordarles estas sabias palabras: “Quienes tienen poder político, social, económico o profesional tienen la grave responsabilidad de educar y sostener la vida humana desde las exigencias de la ética y de la dignidad civil”. Cuando nos alejamos de este horizonte fraterno y solidario los principios se nublan y el que piensa, siente o elige diferente acaba siendo nuestro enemigo. Ojalá que la mala política no destruya el valor de la fraternidad.