Dos eventos marcados por la fe se robaron los titulares esta semana en Uruguay. Por un lado, el Papa llegó a Brasil. La visita de Francisco, con su mensaje renovador y rupturista, sirvió para seguir potenciando a una figura que hasta ahora se las ingenia para conquistar empatía en todo el espectro ideológico, desde los tradicionalistas hasta los nostálgicos de la Teología de la Liberación.
Pero para nostalgia, nada como lo vivido unos kilómetros más al norte, donde el presidente Mujica, junto al núcleo duro de los gobernantes del Socialismo siglo XXI, se congregaron para arropar a Raúl Castro y recordar nada menos que 60 años del ataque al cuartel Moncada. El evento tuvo cosas en común, y contrastes ásperos con lo sucedido en Brasil. El más notorio, probablemente, fue el generacional. Talvez porque Cuba es el país más envejecido de América (el único que supera a Uruguay). Talvez por la postal de Mujica abrazando a Raúl, que juntos suman la friolera de 160 años.
El discurso del Presidente uruguayo, tal cual es su costumbre, fue música para los oídos del público de turno. Habló de integración, de “quijotes”, de dignidad, de agradecimiento y de solidaridad. Curiosamente no mencionó uno de sus temas favoritos, la vida austera, talvez un gesto de delicadeza ante un pueblo que aún depende de una libreta de racionamiento para satisfacer sus necesidades básicas. “Con los sueños de aquellos cubanos, oleadas de juventud, nos movimos por nuestra América. Hoy somos viejos, arrugados, llenos de reumatismo, de nostalgia y recuerdos. Y nos reímos de nosotros mismos, de las chambonadas que hemos cometido”, afirmó un Mujica enfundado en guayabera blanca, y tocado con impenetrables lentes para sol.
Por su parte, el canciller Almagro, con su estilo balbuceante, informó que la visita, además del aspecto simbólico y político, tenía la intención de potenciar el comercio binacional, el cual está muy desbalanceado a favor de Uruguay. Las cifras revelan que en 2012 nuestro país vendió a Cuba productos por USD 42 millones, principalmente lácteos, e importó menos de un millón y medio. El producto estrella que encabezó las exportaciones de la isla caribeña es la sangre humana. Datos oficiales.
Para las generaciones nacidas cuando el proceso cubano era ya decadencia, resulta difícil entender el fervor político que genera esa pequeña isla. Tan lejano como el tiempo en que los “barbudos” inspirados por Fidel amenazaban colonizar el continente, está esa idea de que la dignidad y la solidaridad implican tener a una sociedad entera viviendo con USD 20 al mes, obligada a la emigración clandestina o a la corruptela menor para sobrevivir, donde algo tan básico como conectarse a Internet es un privilegio burgués. Y donde la iconografía y los discursos apuestan a una épica sobrehumana, casi espiritual. Algo que solo se puede explicar en los profundos misterios de la fe.