América Latina atraviesa por una grave crisis en sus procesos de regionalización e integración que desde mediados del siglo pasado hasta la última década, unos se habían consolidado y otros estaban en vías de hacerlo. Lamentable que esto ocurra cuando es más necesaria que nunca la unión y vigencia en bloques de países que necesitan relacionarse con grandes potencias o grupos de países más avanzados para enfrentar de manera efectiva los complejos problemas de este mundo globalizado.
La primera por antigüedad, la OEA, que, salvo ciertos ámbitos de cooperación, ha llegado a un nivel de intrascendencia en lo esencial: paz, seguridad, democracia y derechos humanos. Si bien ya desde años atrás arrastra deficiencias, el período del Secretario General Almagro ha sido nefasto por su torpe y monotemática gestión sobre Venezuela.
La CAN (1969), creada con inteligente visión geopolítica por los países andinos, se halla estancada sin mayor capacidad de acción después del retiro de Chile (1976) y Venezuela (2006). El retiro de este último fue el que más efecto negativo causó. La CAN se ha reducido a un grupo de cuatro países con mercados reducidos y cuyo principal contenido es el bagaje histórico que tiene.
Igual cosa sucede con la Aladi (1980) que se planteó como objetivo crear mecanismos para superar barreras al comercio intrarregional. A pesar de sus esfuerzos ha sucedido lo mismo que a la CAN. No consigue los propósitos integracionistas de su estatuto.
Frente a este estancamiento, de estas y otras organizaciones (SELA, Olade, Mercosur), desde comienzos de siglo apareció un movimiento para crear nuevas y heterodoxas formas de integración que han corrido igual suerte. La primera, Unasur (2004) que fue un acierto en muchos sentidos: por representar un bloque de doce países de una región geográfica delimitada, con propuestas novedosas como infraestructura regional, identidad sudamericana, supresión de visado, pero que fue politizada erróneamente. El nuevo gobierno debe corregir el error y reactivarla modificando el estatuto pues es del interés para el Ecuador y la sede está en Quito.
La Celac (2010) cuya vocación latinoamericana de integración para el desarrollo se ha transformado en solo un foro de diálogo político con limitada relevancia. Prosur (2019), lanzada por Colombia y Chile con una proyección comercial para reemplazar a Unasur, no ha logrado sus propósitos. Y, por último, la Alianza del Pacífico (2011) que también plantea la integración comercial entre sus miembros con una visión hacia la Cuenca del Pacífico y que es el esfuerzo más serio y que mayor alcance ha tenido. Podrá tener para el país si logra incorporarse.
¡Prioridad uno para el gobierno, alentar la integración regional para salir de esta crisis y porque le conviene!