Fotografía de un instante

La Constitución de 2008 fue la fotografía de un instante. Fue un proyecto, dibujado en perspectiva política y en función de la imagen de un país que venía cuajándose desde los años noventa.

Esa “fotografía” respondió al análisis, coyuntural e ideológico, de una sociedad todavía resentida por la crisis del sistema financiero de 1999, condicionada por las ideas y prejuicios en contra del proceso privatizador que nunca se cumplió, por la inestabilidad, la debilidad de las instituciones y la quiebra y vejez de los partidos. Además, fue la fotografía de una clase media en ascenso y -pese a las preferencias de los fotógrafos- del afianzamiento de la dolarización en la sociedad civil.La Constitución de 2008 se votó en referéndum. Mi pregunta es si el “pueblo”, en cuyo nombre se hacen tantas cosas, ese “mozo a quien nadie conoce”, votó con plena conciencia y cabal información sobre el texto de medio millar de artículos.

Es decir, si la comunidad aprobó el perfil sugerido en la fotografía de ese instante, advirtiendo cuál sería la meta a que nos conduciría el hiperpresidencialismo, la planificación a ultranza, el portentoso protagonismo del Estado, el nacionalismo y el socialismo del siglo XXI. ¿Aquel “mozo”, llamado alegremente pueblo, sabía de las contradicciones y peligros que el texto encierra, entre garantismo y autoridad, entre libertades y mandatos morales; entendía el riesgo del reiterado “te concedo derechos… pero te los condiciono y te los quito”, que flota por allí?

¿Una Constitución votada en paquete, al influjo de la emoción y de los discursos de aquel momento, una fotografía cargada de tintas ideológicas de lo que fue la sociedad hace una década, puede y debe perdurar por siempre?

Han ocurrido cambios sociales y económicos en estos años –el crecimiento de la clase media, la “cultura de la dolarización”, la incursión y el protagonismo de las redes sociales en la formación de la opinión, las transformaciones generacionales, el descrédito de los dogmas, etc.

La pregunta, insisto, es si esos cambios han generado o no la pronta caducidad de una Constitución hecha al influjo de visiones y asesorías que se han revelado coyunturales, y que han adquirido ya cierto aire de foto antigua.

La Constitución ha sufrido eso que los contadores llaman la “depreciación acelerada”? La Constitución, ¿cumple aún la función del gran ventanal que nos permite ver el horizonte hacia donde vamos, o es el retrovisor del autobús en el que estamos embarcados todos?

El Ecuador del 2015 y el mundo en que ahora vivimos merecen una mirada hacia delante, serena, desprejuiciada y objetiva.
El país necesita pensarse, otra vez, en perspectiva actual, y la Constitución requiere una urgente valoración crítica. ¿Es eso posible?

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