Es la una de la madrugada del Jueves Santo y las calles de Sevilla están a tope. No hay dónde poner un pie. La gente espera por horas, sin signos de impaciencia, sentada en bordillos y sillas compradas para la ocasión, mientras conversan de temas cotidianos. Otros miles más están de pie. Se viene el acontecimiento del año para la ciudad: son los pasos y procesiones de Semana Santa, que están a punto de pasear por la ciudad.
Aunque Sevilla entera está pasmada por el hecho, pues sus calles céntricas están cerradas y la gente se ha tomado esquinas y plazas, algunos cuantos lugareños ni se enteran de qué es lo que sucede. Los pasos no son con ellos, andan en otra fiesta.
Sevilla sigue teniendo esos contrastes, entre la fiesta flamenca y la fe religiosa, entre la ciudad gitana, con una suerte de fe cuasi supersticiosa y una ciudad moderna, cuya gente no necesariamente se moviliza por su religiosidad.
Como la espera es prolongada, la noche transcurre plácida mientras los vecinos relatan las historias de cada procesión, de los miles de cucuruchos silentes que salen y cómo lo hacen, pero sobre todo le cuentan a uno del Cristo y la Virgen, refiriéndose a ellos como seres de su vida cotidiana.
Al salir cada una de las vistosas andas, resulta sobrecogedor el silencio, solo interrumpido por el canto de una saeta des- de cualquier balcón cercano. Conmueven también la solemnidad y las marchas marciales que acompañan a los pasos, como si Iglesia y Estado siguieran fusionados y España añorara el franquismo. Vienen los aplausos a la Virgen y al Cristo, y la reminiscencia medieval de la costumbre, que transforma a la ciudad y la hace girar en torno a la actividad de las hermandades y cofradías.
Año tras año, los sevillanos repiten la rutina, ven todas las procesiones pasar y se disputan centímetro a centímetro el lugar para ver pasar a la imagen de su preferencia, cada vez, como si fuera la primera ocasión que la ven. Cada año salen decenas de procesiones, y ellos las aguardan en vigilia, pues es durante la madrugada del viernes, en donde ocurren las más importantes. Están llenos de expectativa, al igual que los afuereños, a pesar de que han sido testigos una y otra vez de evento.
Los pasos continúan durante todo el fin de semana, y las calles de Sevilla siguen repletas de devotos. Todos visten sus mejores galas en Sábado Santo y repletan los palcos que invaden el centro sevillano.
La Luna llena y un arco iris completo son el escenario de fondo de este singular evento, y yo, a pesar del cansancio y empujones de la noche, me alegro de haber sido testigo de un acontecimiento único.
Por el momento, sin embargo, he decidido perderme por alguna de las callecitas menos transcurridas y volver a la Sevilla de la fiesta y la bulería.