Es natural que la gente quiera ganar dinero. También es natural que mucha de la energía de los seres humanos se dedique a eso. Por lo tanto, si se quiere lograr el “bienestar común”, es necesario encontrar una manera de que todas esas energías (de innumerables personas buscando su bienestar individual) se encaucen hacia este fin superior.
La mejor manera de encauzar todas esas energías, es lograr que las personas (y las empresas) compitan entre sí. Pero si en lugar de competir entre sí, compiten por los privilegios que reparte el Estado, las cosas se invierten y las palancas se vuelven más útiles que la eficiencia.
Cuando se logra que las empresas y las personas compitan con reglas claras y para todos, al final les termina yendo mejor a los más eficientes, a los que son capaces de producir más con el menor uso de recursos. Y, si las cosas marchan bien, los no tan eficientes terminarán emulando a los mejores y éstos, a su vez, buscarán mejorar todavía más.
Bajo esas condiciones, esta búsqueda de ganancias se convierte en el mejor aliado del famoso “bien común”.
El problema nace cuando las empresas dejan de competir entre sí y empiezan a pelearse por ser las más mimadas por el Gobierno. Ahí termina toda búsqueda de eficiencia o de mejoramiento y empieza el reino de las palancas, los contactos y los privilegios. Y esta es una de las principales razones por las que las famosas políticas de fomento terminan siendo contraproducentes.
Veamos, por ejemplo, las políticas arancelarias. El arancel ecuatoriano tiene un curioso parecido con el la silueta de la Cordillera de los Andes. Tiene puntos bajos, otros altos y algunos altísimos. Eso significa que hay productos que no pagan nada de arancel, otros que están en niveles medios y algunos que están en niveles altísimos. Finalmente, ciertos productos tienen, además, restricciones y cuotas. Todo esto se justifica, eso dicen, porque se quiere fomentar las industrias nacionales.
El problema está en que un pequeño cambio en ese arancel puede significar la fortuna o la desgracia para quienes están relacionados con la producción (o con la importación) de ese producto. Por lo tanto, es más rentable para una empresa dedicar sus energías a lograr que el arancel preciso suba (o baje), en lugar de dedicarse a ser más eficiente.
Cosas similares también ocurren, por ejemplo, cuando en una ley, como en el Código de la Producción, se da privilegios tributarios a los sectores que el gobierno seleccione como convenientes para el desarrollo nacional. Nuevamente, puede haber empresas que dejen a un lado su búsqueda por productividad y se dediquen a buscar ser incluidos dentro de la lista de los “elegidos”.
La libre competencia es una herramienta muy útil, cuando existe.