Mi generación es la primera que no sabe cómo envejecer. Perdimos la brújula del tiempo porque hubo un cambio radical de la estructura familiar y urbana, se alteraron los papeles que correspondían a cada etapa, la madurez dejó de ser respetable y encarnar la sabiduría.
Fue la cultura gringa la que difundió el modelo de un mundo donde hay que ser (o verse) cada vez más joven, sano y esbelto. Y lo transmitió en inglés, música y marketing incluidos. ‘Forever young.’ Con el spa, el viagra, la cirugía plástica y las tarjetas de crédito la eterna juventud está al alcance de (casi) todos los bolsillos. Es el culto del presente, la negación del futuro donde aguardan cosas feas como la vejez, la enfermedad y la muerte. No el ahorro sino el consumo desenfrenado ¡porque la vida es ahora!, como reza la publicidad, viva ahora, pague después. Y el después se va posponiendo hasta el primer infarto, el cáncer de piel, la gastritis crónica.
El desvarío empezó con la rebelión juvenil de los años 60, una de cuyas consignas era: ‘Never trust anyone over thirty’, reforzada por un mítico Bob Dylan cantando: ‘May you stay forever young’. Mas resulta que la única forma de respetar estos principios es muriéndose a tiempo. Por algo los mitos del rock se dan el vire a los 27 años, cuando han agotado las drogas, los polvos y los alaridos mediáticos. Quienes deseen seguir adelante, como la modelo Cindy Crawford, deberán introducirse, antes de cumplir 30, una redecilla de oro bajo el mentón para que jamás se vaya a colgar la papada.
Antes, los ciclos biológicos eran aceptados con resignación: uno sabía hasta cuándo era joven y actuaba en consecuencia. Volteando la treintena empezaba a echar barriga, perder el pelo y volverse respetable. Ropa y costumbre iban acorde: te vestías como señor o señora, salvo excepciones que pasaban por locas. Pero con la moda de los sneakers, los jeans y las sudaderas, todos andan muy ‘casuals’, disfrazados de jóvenes deportivos, todos habitamos en el Planeta Reebok.
Sin embargo, envejecemos. Debajo de los maquillajes, los implantes y los desplantes, envejecemos. Los divanes de los sicólogos están plagados de cincuentones que se lamentan de estar perdiendo la juventud (!). Algo de razón tienen: decía Milan Kundera que la juventud es un invento de los viejos, que uno se da cuenta de lo que significa ser joven solo cuando ha dejado de serlo. Brillante idea: el concepto de juventud solo existiría como paraíso perdido. Pero no queremos darnos por enterados y vemos a sesentones tomando éxtasis y brincando en las discotecas. En lugar de estar cuidando a los nietos andan compitiendo con ellos. No digo que sea malo. Digo que estamos desorientados, evadiendo lo inevitable. Y perdónenme que termine aquí, pero debo salir a trotar.