Escribo este artículo cuando el resultado del encuentro entre España y Alemania es un enigma de los grandes. Lo que ya se sabe es que Uruguay cayó ante Holanda con todos los honores, los que nos quedaban a los sudamericanos luego de las derrotas imposibles de Brasil y Argentina. La de los cariocas, por sobrados, con ese juego reposado en el primer tiempo, insufrible. La derrota argentina, sin atenuantes; inexplicable como inexplicable, si de razonar con lógica se trata, la exclusión de Verón, el extraordinario mediocampista, el que armaba las jugadas para que el balón cayera a los pies de los veloces y precisos delanteros, como Messi, para convertirse en gol.
A los cuartos de final llegamos con cuatro equipos: dos grandes y dos menos opcionados. A uno de estos últimos, al uruguayo, le corresponderá el tercer puesto si a sus esforzados jugadores, casi agotados como se los vio, les asiste un rival también en las últimas, pero que no se alimentó desde chiquito con la mejor carne del mundo. ¡Eso de la nutrición! A un colega que sabe de la materia le oí decir que la querida Tri llegó hasta donde daba la nutrición y la alimentación de sus estupendos jugadores.
Caben las explicaciones, desde luego que sujetas a reacciones furibundas, en cuanto al desastre argentino. Hay algo en la conducta y determinación del argentino de clase media para abajo, el más numeroso, el que se impone, que amerita un gran ensayo de psicología colectiva. En esas se hallaba el cura Joseph Sepitch, pensador argentino, cuando le conocí y traté en Madrid pues le dieron amparo en el Colegio Mayor Ntra. Sra. de Guadalupe en donde yo residía. Justicialista desengañado y expulsado de su país se hacía preguntas como estas en sus ensayos: ¿Qué pudo llevarle a la Sra. Martínez a la Presidencia de la República, como no ser el solo hecho de haber sido sufrida esposa de ‘mi general Perón’? ¿Cómo pudimos encumbrarlo también a la Presidencia a un tal señor Cámpora, cuyo único título era el de haber sido obsecuente amigo de Perón? Años más tarde me hacía una pregunta similar cuando en memorable ocasión estuve presente en una sesión solemne que tenía lugar en el Palacio del Congreso de la República Argentina y se le vio llegar al presidente Menem todo él, histriónico repartiendo besitos volados a las damas que le aplaudían. Idolatrías ciegas, concluía el padre Sepitch.
Maradona se constituyó en un ídolo para la hinchada argentina, es decir para casi todos. ¿Cómo se explica que se le haya dado la responsabilidad de dirigir su selección de futbol, lo más amado por el pueblo argentino? La sabiduría popular, al menos en nuestro país, está convencida que la corteza cerebral de quienes han caído en la drogadicción ¡queda rayada! Idolatrías ciegas, las de los argentinos del montón, aunque luego sufran las consecuencias.