‘Comenzaba a definirse el perfil de la tarde. En bocanadas de humo fugaba la ciudad y le nacían ojos inútiles. Muerte en el suburbio y en la calle. Ciudad ensayo de morada del silencio y defunción de la luz -la luz de la luna no lo es; es sueño de luz, y por eso el alba la sorprende y hace de ella una mancha más del horizonte’. (Filoteo Samaniego, La Voz).
Alejado de la ciudad, alejado de la vida, Filoteo Samaniego ha muerto; con él y otros de su generación -Paco Tobar, Renán Flores…- desaparece un grupo de humanistas ecuatorianos que creyó en el amor apasionado, en la tertulia llena de humor, en un Ecuador grande y posicionado; modernos aún, de certezas y creencias firmes. Poeta y traductor de otros poetas franceses, académico de la lengua y diplomático, otra de sus pasiones fue la historia del arte que la ejerció desde su conocimiento de la literatura y de la arquitectura barroca a la que enfrentó desde un catálogo del sinnúmero de columnas que sostuvieron al Quito colonial: “Columnario quiteño”. Como diplomático interesado por el arte y la arquitectura del país, realizó obras como “Ecuador pintoresco” o conformó el equipo de escritores de “Arte ecuatoriano” que publicara Salvat en la década de 1970. En ambos casos se abrió una puerta a que el mundo conociera los ocultos tesoros ecuatorianos .
Quizás sea uno de los últimos lit eratos que desde esta disciplina perfilará el arte y la crítica de arte del país. Así lo han hecho también Hernán Rodríguez Castelo, Rodrigo Villacís o Jorge Dávila; el arte como una fuente de inspiración profunda de su ávida pluma. Especialmente interesado por la Escuela Quiteña, amén del sinnúmero de charlas que dictó desde su posición de diplomático y catedrático de las universidades Católica, Central e Internacional de Quito, intentó promover los valores culturales del país y echar el hombro para que el patrimonio ecuatoriano no se perdiera. Recuperar la memoria significó para él involucrarse en el coleccionismo y en la gestión del patrimonio a través del conocimiento más profundo de períodos o artistas aún poco conocidos. Desde la Cancillería, por citar un ejemplo, y durante su permanencia en la década de los 80, gestionó las exposiciones de Eduardo Kingman y de Galo Galecio, extraordinarios representantes del movimiento indigenista que aún necesitaban ser conocidos y promovidos.
Es fundamental reconocer la labor de aquellos que nos antecedieron, sobre todo en un país que se ha movido por la voluntad y dedicación de individuos que bregaron solos. Quienes ahora intentamos construir la historia del arte y la cultura visual del país desde la rigurosidad de estos especializados conocimientos, agradecemos la construcción de estos primeros peldaños de los cuales debimos partir.