La filosofía política de Platón se concentra en “La República”, el más extenso de sus diálogos. Allí propuso su visión utópica del gobierno del Estado.
En su opinión, el poder debería estar en manos de los sabios, los filósofos. Su ideal: convertir la política en la más noble de las prácticas, aquella que se rige por la razón y hace posible la armonía social. Llegó el día que tuvo la oportunidad de poner en acción sus ideas. Y fracasó. Luego de sus viajes a Siracusa y de su intento por educar e inspirar ideales de justicia en Dionisio, el tirano que gobernaba aquella ciudad, solo cosechó decepciones. Comprobó cuán inútil resulta tratar de ennoblecer la política cuando es un tirano quien rige el Estado. A más de superfluo, peligroso, pues el filósofo acabó vendido en un mercado de esclavos de Egina. Menos mal que fue un pitagórico quien lo compró y liberó. Mucho tiempo ha pasado y Dionisio, el burdo tirano de Siracusa no ha muerto. Solo en este último siglo cuántos tiranos se han chantado su trágica máscara en la tierra latinoamericana. En 1968, cuando multitudes de estudiantes en Berlín, París y México se manifestaban en las calles repudiando el sistema político imperante, un periodista del diario parisiense L´Express entrevistó a Herbert Marcuse, filósofo que pasaba por ser el ideólogo de aquel movimiento juvenil.
Le preguntó: “A menudo se le ha reprochado a usted el querer establecer una dictadura platónica de las élites, ¿es verdad?” Respondió: “Jamás he pensado que haya que establecer una dictadura platónica porque no hay filósofo capaz de ello. Para serle franco, no sé qué es peor: una dictadura de los políticos, de los gerentes o una de los intelectuales”. A lo que el periodista acotó: “Es inquietante la dictadura de los intelectuales en la medida en que ellos se vuelven crueles”.
Estuvieron de acuerdo: cuando los intelectuales ejercen el mando de una república son proclives a la represión, a la dictadura perpetua, a la inquisición, ese azote del pensamiento libre.
La revolución fue una invención gestada en la mente de los filósofos de la Ilustración. Rousseau recordó que los hombres nacen libres e iguales; Voltaire habló de tolerancia, censuró y ridiculizó el poder dogmático; Montesquieu propuso la división de los poderes del Estado. De la rebelión humanista en pro de la justicia alentada por los filósofos, se pasó a la desmesura homicida de la revolución encausada por los tiranos.
Robespierre, un intelectual fanático erigido en dictador, llevó adelante la Revolución Francesa, encarnó el terror. Acabó en la guillotina, al igual que aquellos a quienes había decapitado. Como en el mito de Frankenstein, el hacedor del monstruo llega a ser la primera víctima de su invento. En esa ocasión Marcuse concluyó diciendo: “La crueldad nazi es la crueldad como técnica de administración. En los intelectuales la crueldad y la violencia siempre son inmediatas”.